Para el Día de los Enamorados
¿Qué se puede agregar, a esta altura del partido, a Romeo y Julieta, una de las tragedias más filmadas de todos los tiempos? Probablemente muy poco. El director italiano Carlo Carlei debe haber llegado a esta misma conclusión, porque eligió contar la historia que todos sabemos de manera clásica, sin buscarle alguna de esas forzadas vueltas “actualizadoras”, del estilo de Baz Luhrmann en Romeo + Julieta (1996), con los amantes como miembros de pandillas rivales, vistiendo camperas de cuero, usando piercings, etcétera.
El placer de esta película -astutamente estrenada un día antes de ese nuevo chiche del marketing llamado Día de los Enamorados- consiste en repasar el cuento tal cual lo concibió William Shakespeare. Con algunas licencias: el guionista Julian Fellowes adaptó el texto original -con mucho tino y respeto-, y Carlei decidió trasladar los hechos al Renacimiento, de modo de quitarle oscuridad a la historia y agregar riqueza visual a los escenarios y el vestuario. Buena apuesta: uno de los puntos fuertes de la película -filmada en Verona, Mantua y otras ciudades de Italia- es la ambientación. Fastuosos salones de castillos, callejuelas y puentes medievales, la campiña itálica y los ropajes coloridos, contribuyen a hacer esta Romeo y Julieta gozosa para la vista, ideal para los fanáticos de los filmes de época.
Carlei logra evitar el empalago, aunque la música de Abel Korzeniowski no lo ayuda: el abuso de violines y cuerdas amenaza con acercar todo al espíritu de una telenovela de la tarde. Lo mismo sucede con algunas de las actuaciones, en un elenco sin grandes figuras. Los protagonistas cumplen -su elección es un acierto en cuanto a su edad y belleza no convencional-, Paul Giamatti y Lesley Manville se lucen como Fray Lorenzo y la Nodriza, pero varios de los personajes secundarios -como los padres de Julieta- hacen agua. Son detalles que le quitan brillo a la película, pero no terminan de opacarla.