Shakespeare desapasionado
¿Para qué volver a una historia contada ya cientos de veces? Romeo y Julieta no es sólo una de las obras de William Shakespeare más versionadas en el cine, sino que debe ser una de las historias de la Historia de la literatura más adaptadas a la pantalla. Y esto es así -entiendo- porque su historia de amor es tan trágica y tan universal, que no hay público que pueda resistirse a ella. Romeo y Julieta ha tenido acercamientos más clásicos (Zeffirelli) y más modernos (Luhrmann), e incluso otras que libremente se acercan a su universo como la reciente película animada Gnomeo y Julieta que hurgaba tanto en el mundo de Shakespeare como en el de las canciones de Elton John. Por eso que esta versión del italiano Carlo Carlei no debe ser juzgada por su falta de originalidad, sino simplemente porque no logra justificar una mirada personal y se pierde en un nadismo excesivo.
Carlei, un director interesante que hasta supo dotar de cierta negrura a un film supuestamente infantil como la perruna Fluke, no puede hacer pie ni siquiera en lo trágico del romance de los amantes de Verona porque el acercamiento al texto original es aquí deliberadamente adolescente y lavado, incluso respetuoso en el mal sentido, que hace de la fidelidad pura ilustración escolar. El proyecto tiene en la mira las sagas juveniles estilo Crepúsculo, con sus protagonistas de una sexualidad apolillada, enamorados de una idea del amor ilusoria e industrializada. Ya de los componentes políticos de la obra, mejor ni pensarlo: Stellan Skarsgård y su príncipe de Verona es de lo más gracioso del film ya que aparece para tirar alguna línea importante e irse.
Romeo y Julieta apenas se sostiene en dos departamentos básicos: el de las ambientaciones y el de las actuaciones. En el primero, observamos bellísimos espacios, algunos de la mismísima Verona, que no precisan de digitalización ni excesivo decorado: palacios, jardines, de una hermosura dignamente cinematográfica pero que hubieran necesitado una cámara más atenta y virtuosa. En el segundo, tenemos actuaciones de todo tipo y tenor, que igualmente logran llamar la atención, incluso a su pesar: Paul Giamatti con su pícaro fraile Lorenzo y Lesley Manville como la confidente de Julieta brillan, mientras que Damien Lewis sobreactúa y teatraliza exageradamente cada acción haciendo de su Capuleto un monigote insoportable. Y la parejita Hailee Steinfeld – Douglas Booth, como Julieta y Romeo, tiene menos química que un estudiante de contabilidad.
Intuyo que esta adaptación del clásico sólo puede interesar mínimamente a quienes nunca hayan tenido contacto con ella y puedan sorprenderse con los giros que va tomando la historia. Por lo demás, una adaptación tan administrativa y desapasionada que hace del amor un acto rutinario.