Copiado y Pegado
La industria del cine cada vez apuesta menos al riesgo y va más a lo seguro. Son cada vez menos las propuestas cinematográficas originales que llegan a las salas comerciales y es preferible comprar fórmulas, que se repiten constantemente y tiene cada vez peor calidad artística. No es suficiente que Hollywood siga llenando las multisalas con más y más adaptaciones de cómics, mediocres novelas para adolescentes, secuelas y remakes innecesarias. Ahora también el teatro se proyecta en pantalla gigante. Y este redactor no hace referencia a las óperas y ballets que se estrenan en una cantidad limitada de salas. Eso es realmente una apuesta interesante y constructiva a nivel didáctico. La posibilidad de ver espectáculos que no están al alcance, en un pantalla, es más disfrutable que verlo en la pantalla chica del televisor. No, este redactor se refiere al estreno de obras escritas para el escenario y adaptadas a la pantalla grande, por artistas perezosos que no se toman el trabajo de pensar que posibilidades les da el cine para ampliar el universo transmite la obra. Como una cámara legitima un nivel de verdad, que a veces por la distancia y limitaciones espaciales del espectáculo teatral no se puede apreciar en un escenario.
Sin embargo, los encargados de llevar a cabo la trasposición prefieren reposar todo en el “talento” de sus intérpretes y ser perezosos a la hora de escribir y/o filmar lo que la obra transmite en forma subliminal, el subtexto de lo literal.
Cuesta comprender como el actor y guionista Julian Fellowes, responsable de haber escrito la película Gosford Park y la exitosa serie Downton Abbey haya sido tan perezoso a la hora de adaptar esta versión de Romeo y Julieta, limitándose a hacer un copiado y pegado, y no una relectura del clásico de Shakespeare tantas veces adaptado.
Posiblemente, resulte casi original que teniendo en cuenta que la última versión cinematográfica haya sido la de Baz Luhrman en la edad contemporánea con unos jóvenes Leonardo Di Caprio y Claire Danes, sumado a versiones camufladas que siempre andan dando vueltas, se pretenda regresar a las fuentes originales y llevar la historia de los hijos de Capuleto y Montesco de nuevo a la Verona del siglo XVI. Sin embargo, la pésima dirección de actores, y fundamentalmente, la pésima elección de algunos actores como el inexpresivo muñeco de torta, Douglas Booth, imposibilitan que el film se pueda tomar demasiado seriamente.
Si en un escenario puede ser perdonable la declamación, en cine, a menos que tengas un Orson Welles, Laurence Olivier o Kenneth Branagh delante y detrás de cámaras, debería estar prohibido. Y menos con esta obra, que para los grandes fanáticos de Shakespeare es considerada como menor dentro de la bibliografía del autor. Por algo, ninguno de los tres mencionados hizo una transposición a la pantalla.
El italiano Carlo Carlei, cuyos antecedentes cinematográficos se limitan a mediocres miniseries y películas para televisión, y el melodrama infantil Fluke a mediados de los ’90, en primer lugar tiene poca imaginación para sacar la obra de la representación escénica. No hay una sola escena que consiga brindar un poco de tridimensionalidad a las situaciones que viven los personajes. La fidelidad con que se recitan los textos y el poco corazón y emoción de parte del elenco brindan al relato una constante sensación de artificialidad, sumado a que muchos de ellos, algunos notables intérpretes como Paul Giamatti o Demian Lewis, están al borde del grotesco con trabajos sobreactuados y desbordados.
La fotografía plana – todas las escenas, incluso las nocturnas están demasiado iluminadas, no hay contrastes prácticamente – escenografías que se alternan entre hermosos paisajes naturales con estudios cuyo decorados parecen pintados, exhiben una pobreza de producción alarmante.
De nada sirve un elenco de nombres “relevantes” y caras bonitas, si no se ponen ganas a la hora de trabajar. Si todo es forzado, si se apuesta a la fórmula más que a construir un mundo, una puesta en escena. Falta corazón y alma.
Si de Agosto, decíamos que era “teatro filmado”, acá debemos afirmar que es teatro leído sin emociones, lo que hace que la película sea densa e interminable. Lo cual resulta absurdo, teniendo en cuenta que está orientada a un público adolescente, teniendo en cuenta la edad de su protagonista que iguala a la del personaje. Nunca se eligió actriz más joven para interpretar a Julieta.
La excelente protagonista de Temple de Acero (2010), Hailee Steinfeld – junto a la veterana Lesley Manville – sobresale un poco de la mediocridad del elenco, pero se nota, que una pésima dirección de actores también pueden perjudicar el esfuerzo individual. Esto queda denotado especialmente en la poca química que hay entre Romeo y Julieta, y la poca sensualidad que transmiten a la cámara, en parte también porque Steinfeld todavía conserva un rostro demasiado preadolescente para considerarla interés romántico de este Romeo veintiañero. Obviamente, la tensión sexual entre ambos es nula.
La banda sonora a cargo de Abel Korzeniowski intenta incrementar la tensión del relato forzosamente y a la vez rememorar el inolvidable leit motiv que compuso Nino Rota para la clásica versión de Franco Zeffirelli de 1968. Obviamente, no lo logra.
¿Por qué? Porque cuando uno copia y pega un texto, no está escribiendo, no está construyendo arte, simplemente está haciendo una reproducción, una clonación, un androide. Romeo y Julieta de Carlo Carlei es eso, un androide, a simple vista, efectivo, pero en la esencia, sin vida. Volvé Zeffirelli, te perdonamos.