El juego de los roles
María Onetto interpreta a un ama de casa cuya vida cambia.
En la cocina de su casa suburbana, en su abnegado lugar en el mundo, María del Carmen prepara comida y corre, hace y deshace, rechaza la colaboración ajena: es la vertiginosa anfitriona de una fiesta que retumba en el living. La cámara la sigue en su nervioso recorrido: por momentos, se detiene en su gesto esforzado, servicial, sufrido, en medio del jolgorio general. Hasta que ella aparece con una torta con el número 50 clavado y los invitados -todos alegres y relajados- la aplauden y le gritan: "No te olvides de pedir los deseos, Mamucha". María del Carmen, Mamucha, sopla las velitas.
Así de sencilla, así de delicada, así de contundente es la primera secuencia (y el resto) de Rompecabezas, opera prima de Natalia Smirnoff. Lo que podría haber sido una película costumbrista sobre el encierro de un ama de casa, su gradual liberación y su creciente deseo por un hombre que no es su marido es, en realidad, mucho más. Es otra cosa: una pintura, de trazos sutiles, nada estridentes, sobre el rol que cada cual ocupa en una familia (rol asignado y convalidado por los otros y por uno mismo), sobre el descalabro que provoca salirse de ese rol (conflictividad para sí y para los demás) y sobre los nuevos intentos o imposibilidades de encastrar las piezas dispersas.
Smirnoff tiene una larga trayectoria como directora de casting. No es raro que en su primer filme haya acertado. Las actuaciones son impecables. María Onetto, extraordinaria María Onetto, como "Mamucha" (que su marido la llame así lo dice todo); Gabriel Goity, como Juan, su esposo, y Arturo Goetz, como un aristócrata que juega torneos internacionales de rompecabezas y "descubre" el talento de ella. Y, lo más importante, le demuestra la existencia de goces que van más allá del sentirse reclamada por los seres queridos y de ser hacendosa.
El espectador no percibe el guión, porque éste prescinde de artificios, así como la trama desestima la intensidad. Los personajes no dicen frases grandilocuentes: el filme funciona a gestos mínimos (el histrionismo de los actores puesto al servicio de una cámara) y acción, entendida como pulsión y actitud de los personajes, no como giros argumentales forzados ni dilemas altisonantes.
Detrás de su simpleza, Rompecabezas no cae en obviedades ni maniqueísmos. Los personajes de Goity y Onetto se aman, a pesar de la asfixia de ella: tienen sexo, se protegen mutuamente. El, claro, le reclama el abandono del rol maternal: que esté dejando de ser Mamucha. Ella descubre placeres al margen de los domésticos, al principio con culpa. Con dos hijos adolescentes, el matrimonio siente, además, el acecho de la vejez y el síndrome del nido vacío.
A partir de gestos, actitudes, cambios de ropa, observamos la transformación de María del Carmen y sentimos empatía con ella. Asistimos a su extravío y, después, a su intento de restaurar, o de descubrir un nuevo orden. El desafío, difícil, doloroso, de probar con un nuevo rompecabezas.