Rompecorazones

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

Cuando enamorarse es un mal negocio

Para Alex Lippi, el seductor protagonista de esta agraciada comedia francesa intitulada Rompecorazones, hay tres tipos de mujeres: las que son felices, las que son infelices y lo enfrentan, y las infelices que no lo admiten. A esta última categoría se dedica el buen hombre ejerciendo una insólita especialidad: rompedor de parejas profesional. Claro que no está solo para ejecutar la titánica tarea de enamorar a una cantidad respetable de féminas: su hermana y su cuñado lo complementan dando forma así a un equipo aceitadito y siempre listo para afrontar cualquier desafío. La logística de la operación comienza con la inquietud de una tercera persona, por lo general un familiar o amigo de la “damnificada”, que se contacta con el grupo y por un precio justo adquiere sus servicios. Tras un trabajo de investigación sobre la pareja y, más que nada, sobre la dama en cuestión Alex se presenta ante ella con un libreto bien aprendido. En apenas unos días la mujer queda prendada del galán quien manifiesta unos gustos y una sensibilidad customizados a su medida. Una vez roto el compromiso entre los novios/esposos/amantes Alex gentilmente rechaza a la damisela que, aún dolida, encara el futuro llena de optimismo y con la ilusión de, algún día, volver a encontrar al amor de su vida. Excepto para el hombre desplazado por Alex, una transacción favorable desde todo punto de vista…

El código ético del equipo, cuyo funcionamiento presenta más de una semejanza con el diseñado por Damián Sizfrón para Los simuladores, se resquebraja cuando por un giro argumental interesante Alex deba romper una pareja sólidamente constituida por la bella e independiente Juliette Van Der Becq, hija de un poderoso empresario y un magnate inglés que pareciera hacerla dichosa. Dado que Alex se ufana de brindar una ayuda “social” a sus chicas, la misión es etiquetada como una traición a los propios ideales. Una cucharada de medicina amarga que es indispensable tragar rápido para sacarse el asunto de encima y seguir adelante. Asumiendo la falsa identidad de custodio de la joven, Alex debe terciar en una relación que no demuestra fisuras. Claro que el proceso se extiende más de la cuenta ya que en un principio la temperamental señorita se resiste con facilidad ante sus otrora infalibles encantos. Lo que nunca podía esperar este mercenario solidario, y en el fondo solitario, es enamorarse de su adorable target. Un pequeño detalle… ¡muy bueno para el corazón, muy malo para los negocios!

Desde hace años que la industria fílmica francesa se desmerece cuando apela al burdo mimetismo copiando lo que producen en Hollywood (que de por sí deja bastante que desear). Rompecorazones se perfila como la excepción a la regla por varios motivos: hay una cuestión de timing, energía y empatía natural en su elenco que logra trascender las limitaciones del género. No se trata de originalidad, de un tema presupuestario o ni siquiera de estilo (aunque no carece de él por cierto) sino de algo más inasible e imposible de enseñar o transferir: simple y pura magia cinematográfica. La ópera prima de Pascal Chaumeil refleja ese cine pasatista y poco pretencioso del que hacen gala tantos directores mediocres en los productos hollywoodenses pero entrega una comedia muy por encima de lo que se suele encontrar en la cartelera por estos días. Otro aspecto que agradezco es haberle buscado un perfil familiar, de humor prácticamente blanco, en detrimento del procaz de otras propuestas. Por alguna razón sintonizo más con esta clase de historias; esos romances de emociones fuertes pero con reacciones casi pudorosas en sus personajes. Filmes como Quiero decirte que te amo (la de Rob Reiner, no la homónima de Lawrence Kasdan), Digan lo que quieran… y Pasión de cristal serían adecuados ejemplos de este gusto personal. Rompecorazones le agrega un tono lúdico, divertidas referencias pop a los ochenta (las canciones de Wham! y el musical clásico Dirty dancing - Baile caliente despertarán adhesiones instantáneas en una buena parte de la platea) y una dosis importante de glamour con sus magníficas locaciones de la Costa Azul. Como entretenimiento realmente no le falta nada…

Romain Duris siempre me pareció un actor por demás respetable pero hasta ahora no me había percatado de lo carismático y notable comediante que es. Su magnética presencia levanta muchos de los más destacados gags de un guión urdido conociendo las posibilidades expresivas de un artista que denota una frescura y picardía que en algún momento recuerda al mejor Jean-Paul Belmondo. ¡Hasta baila como los dioses el muy condenado! Vanessa Paradis, la también cantante y modelo que está en pareja con Johnny Depp desde hace más de una década, lo acompaña con una menor exigencia actoral pero entre ambos se encargan de darle carnadura y credibilidad a ese romance que nace en el momento más inesperado. De más está decir que la química entre ellos es el secreto de su éxito. Por otra parte también son excepcionales los aportes de Julie Ferrier como la multifacética hermana, el desopilante François Damiens como el desgreñado cuñado y Héléna Noguerra en el papel de la amiga ninfómana de Juliette.

Sorpresas te da la vida… y esta película que nos cae del cielo para robarnos una sonrisa y varias carcajadas con un ingenio voraz, es una de ellas. Mi lista de comedias románticas favoritas acaba de sumar un nuevo y rutilante título. ¡A no perdérsela!