Rompecorazones

Crítica de Emilio A. Bellon - Rosario 12

Por la huella de las grandes comedias

En la ópera prima del director francés el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase marcan desde el principio un punto de tensión. Romain Duris compone además un papel notable.

Finalmente una comedia que hace gala de una orquestación de motivos que se movilizan a partir del ingenio y la astucia, que lleva en sí las huellas de la tradición del género; particularmente del cine estadounidense de los 40 al 60, que escenifica juegos de amor en un terreno sujeto a explosiones, como la que representa el poner un fin rotundo a ciertos vínculos que se proyectan, inevitablemente, hacia el matrimonio. Y es que su principal protagonista, Alex, refinado, elegante, seductor, suerte de play boy al paso y casanova por mandato, junto a su hermana y su cuñado están allí, siempre listos, para poner en marcha un operativo, por encargo, de ruptura.

En su ópera prima, tras su paso por la tevé como director de miniseries, Pascal Chaumeil ha realizado esta brillante comedia (¡toda una categoría!) que en su país de origen fue uno de los grandes éxitos de público y de crítica; tal como en su momento representaron El placard de Francis Veber y Mi mejor amigo del siempre admirado Patrice Leconte. En este film el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase, por otra parte, marcan desde el principio un punto de tensión. La historia se abre no ya en un escenario europeo, sino en un espacio exótico que habilita a acentuar cierto tono de cuento fantástico, como el que se comienza a manifestar, en una primera operación. Frente a una extensión desértica, Alex Lippi, personaje que compone de manera múltiple y cambiante un notable Romain Duris, ensayará, tras un hábil plan diseñado paso a paso, una estrategia de simulación que dominará, de aquí en más, el devenir de este relato.

Si en las novelas de Raymond Chandler, como en los films que lo representaron, el detective tiene que tener presente el mandato "Nunca te enamores de una cliente", aquí este imperativo experimentará otra vuelta de tuerca. Ante un nuevo caso, que convoca la voluntad de un empresario que ve desde su presente la futura pero inmediata infidelidad de su hija. Alex operará desde su coedición de guardaespaldas un proceso de transformación.

En escenarios de ensueño, captados en diferentes momentos del día, en ese lugar en el que conviven los idiomas francés e italiano, Rompecorazones diseña un espacio para una caprichosa aventura en la historia de un hombre, particularmente solo, que asume a lo largo del film diferentes identidades para lograr su cometido laboral junto a su hermana y su cuñado. De esta manera los tres abren valijas con distintas indumentarias, identidades, biografías, siempre con ese mismo fin: poner término a relaciones amorosas que, por lo general, los progenitores de la heroína de turno estiman que desencadenarán un naufragio.

Como detective celoso o guardaespaldas que se presenta, que irrumpe, en cada momento, así el personaje de Alex lleva siempre en sus labios la gran frase, memorable, del final de Una Eva y dos Adanes de Billy Wilder: "Nadie es perfecto". Film de equívocos y engaños, Rompecorazones palpita en su euforia y en el despertar de un auténtico sentimiento amoroso. Retrato sentimental y aprendizaje sobre el amor, el film de Pascal Chaumeil, permite reconocer por igual no sólo momentos de los films de Wilder, sino también a guiños y tics de los films de Doris Day y Rock Hudson y pasajes de Para atrapar al ladrón de Alfred Hitchcock. Sin olvidar aquella road movie de los 30 con Clark Gable y Claudette Colbert: Sucedió aquella noche, de Frank Capra.

Si bien el film parte de mostrarnos situaciones de contrato y escenificaciones de seducción, que apuntan a alejar a la prometida en cuestión de su potencial marido, la historia de Alex comenzará a mostrar zigzagueante camino de cornisa. Allí está ahora la hija de ese empresario y deudas por saldar. Allí, ante sus ojos, distante y por momentos, altanera y prepotente, siempre desafiante, la joven Juliette quien decide enfrentar todo lo que se opone a lo que ella estima es su único deseo.

En este nuevo tramo de esta aventura, que ahora lo alejará de París, Alex se acercará a su nuevo blanco, según mandatos de su padre, a partir de los gustos personales de ella, simulando compartir tanto las preferencias fílmicas y musicales como gastronómicas. Ya en términos de igualdad (mandato por encargo con beneficio al final del mismo) algo distinto comenzará a manifestarse; pero que, igualmente, irá ofreciendo otras aparentes resoluciones.

Romain Duris (a quien ya hemos admirado en films como Arsenio Lupin, El latido de mi corazón y otros films del mismo director de esta última, Cèdric Klapisch) juega en Rompecorazones diferentes escenas. Sus diferentes roles, los comportamientos y las destrezas, el vitalismo y el ritmo trazan un puente entre aquel Jean Paul Belmondo de tantas historias de aventuras y la expresividad coreográfica del fallecido Patrick Swayze.