Como si el mundo fuera un comercial
Alex seduce mujeres y rompe parejas, pero prontamente deja a sus enamoradas, cobra por su trabajo y espera su próxima falsa conquista romántica. Alex maneja una pequeña sociedad, junto a su hermana y cuñado, dedicada a que cualquier tipo pase a ser un ex de un día para el otro. Hasta que aparece en su vida Juliette, a punto de casarse, pero ocurre que el futuro suegro no soporta al yerno y allí estará Alex para cumplir la misión de falso seductor. Pero, si se está en una comedia romántica, el galán Alex, metido en la piel del guardespaldas de la millonaria Juliette, se enamora de la chica. Rompecorazones empieza bien,con una intensa secuencia de montaje contando las aventuras de Alex y sus triunfos como seductor, sigue con un par de situaciones graciosas y luego se dedica a mostrar la hilacha de film turístico recorriendo Mónaco, ostentando la grosería económica de los personajes y las distintas marcas de ropas y autos que recuerdan a Sex And The City en sus incursiones cinematográficas. Digamos que algunos gags y situaciones funcionan, especialmente cuando aparece la pareja secundaria, porque Romain Duris y Vanessa Paradis serán muy atractivos desde la imagen, pero manifiestan menos compromiso actoral que un par de amebas en estado de éxtasis. También la película entrega una banda de sonido donde se entremezclan Wham!, Steve Miller Band y Chopin junto al culto a Dirty Dancing, cuestión que obliga a pensar que cierto cine industrial francés se maneja entre dudosos gustos qualité y medio grasas en dosis similares. Y que el debutante director Pascal Chaumeil filma como si el mundo fuera una gran publicidad y una venta permanente de productos, con una pareja central que se enamora en esos paisajes paradisíacos donde sobra aquello que represente dinero y poder, ostentación, obscenidad moral y estética. Cada película tiene su espectador y seguramente Rompecorazones –con un enorme éxito en Francia– no será la excepción. <