La adopción es el eje central de este film en el que Roberto Maiocco, su director, registró con gran sinceridad un episodio que le tocó vivir en la realidad. Aquí el protagonista es Manso Vital, un hombre viudo y solitario quien, desde hace muchos años, espera la adopción de un niño. Sin embargo su destino cambiará de pronto cuando se entere de que padece una enfermedad terminal y, al mismo tiempo, un muchachito de 12 años le es asignado para su crianza. Al comienzo, ambos se resisten a abrirse a la cordialidad, pero lentamente esos diálogos, que refieren a lo cotidiano, los van acercando en medio de sonrisas y de la espontaneidad con la que el hombre enseña al niño lo más simple y hermoso de una ciudad que los dos van redescubriendo con paso lento y mirada atenta.
El film se convierte así en una fábula tierna que permite ver que los hijos salvan al hombre y que, en definitiva, los lazos amorosos son los únicos necesarios para atar los de la comprensión y la confianza. Maiocco, con su tercer largometraje, se interna con indudable sensibilidad en esta historia que habla de optimismo y de ternura. Su guión no se esfuerza en apresurar la unión entre los dos protagonistas, sino que se detiene con sonrisa juguetona en ese contacto diario entre el hombre y el niño con el que van armando un futuro que ninguno de ellos imaginaba.
Hugo Varela se aventura en un papel pleno de auténtica ternura y sale airoso de su cometido. Conrado Valenzuela, como el pequeño necesitado de cariño, cumple con gran soltura su papel, en tanto que el resto del elenco al que se suman unos impecables rubros técnicos hacen de Romper el huevo un entrañable film que habla de la necesidad de sentirse padre frente a esos seres que esperan una mano sincera que los saque de su soledad.