Grotesco argentino de otros tiempos
Surgida durante la espera de un llamado para empezar los trámites de una adopción que finalmente nunca llegaría, la premisa basal de Roberto Maiocco era escribir un guión para mostrar esa suerte de poder curativo que los hijos generan en los padres, independientemente de la existencia de un vínculo sanguíneo: un mensaje noble cuya necesidad de divulgación masiva está, al menos en estas líneas, fuera de discusión. Discusión que sí debe darse sobre el canal elegido, ya que la evidencia de la intencionalidad, la estructuración televisiva y un ideario social carente de refinamientos permiten presuponer que el marco natural de exhibición de Romper el huevo era algún ciclo televisivo de tintes sociales. Pero el estreno es en pantalla grande, lo que convierte al film en la enésima muestra que las buenas intenciones no suelen llevarse del todo bien con el cine.
Si hay algo para reconocerle a Maiocco es su capacidad de generar desconcierto con un tono por momentos indefinible. Suerte de híbrido entre un grotesco apaciguado del cine argentino de los ’80 y la búsqueda fallida de un humor absurdo, ambos atravesados por una concepción de clase media sacada de Los Roldán o Buenos vecinos, Romper el huevo tiene a un protagonista (Hugo Varela, a quien se lo extraña cantando “Corbata rojo punzó”) quedado estéticamente en la primavera alfonsinista –no por nada se dedica a un oficio prácticamente en extinción como es el de relojero– cuyo laconismo deja entrever una angustia existencial. Razones no le faltan: justo antes de enviudar, le prometió a su mujer que adoptaría un hijo. Adopción que, doce años después, aún no se concretó. Para colmo recibe un estudio médico por correo (¿?) anunciándole un cáncer fulminante. ¿La solución a la sumatoria de semejantes pesares? El suicidio. Imposibilitado de hacerlo por un arbitrio del guión digno del realismo mágico, finalmente recibe al hijo anhelado (Conrado Valenzuela), al cual dejan en el bar amigo, como si se tratara de una compra en Mercado Libre.
Lo que sigue es la comprobación de la hipótesis planteada por Maiocco, patentizada en la parábola emocional del personaje central: de la soledad, sorpresa y cordialidad inicial al desprecio (“Vengo para devolverlo”, dice en algún momento en una oficina pública), y de allí a un incipiente cariño paternal y la posibilidad de una familia. Pero lo peor del asunto no es el mensaje unívoco, sino la pereza generalizada en su construcción formal, con una puesta en escena descuidada, un montaje a reglamento (con fundidos a negro y todo) y una cámara que jamás se atreve a ir más allá del plano conjunto, dando la sensación de que Romper el huevo está concebida con la desidia propia de una preocupación mayoritaria por el qué decir antes que por el cómo.