Tuve la oportunidad de asistir a una de las funciones de “Romper el Huevo” (Argentina, 2013) con una charla previa de su director Roberto Maiocco. En la misma contó que allá por el año 2005, leyó una noticia en el diario (nota que tenía en sus manos mientras dialogaba con los espectadores) sobre la adopción y la cantidad de niños que esperan poder conseguir un lugar en algún lugar argentino. En 2005 el número era de 3500, en la actualidad esa cifra ronda los 14.500 a nivel nacional.
Con esta charla introductoria, la noticia y la expectativa por ver a Hugo Varela en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados, asistí a la proyección. Lo que logra Maiocco en “Romper…” es bastante dispar, e independientemente de cuestiones técnicas que fallan por varios frentes (saltos de ejes, planos contrapicados, mala iluminación, elementos de utilería, etc.) y una dirección de actores que por momentos provoca risa, buscándole el lado positivo a todo (porque es ideal hacerlo) lo que cuenta “Romper el Huevo” es una historia distinta a la que viene contando el cine argentino.
Hay un relojero viudo ermitaño llamado Manso (Hugo Varela en plan Jack Nicholson de “About Schmidt”) que hace años intenta cumplir una promesa que le hizo a su difunta esposa, adoptar un niño/a.
En su humilde morada (con una tele en penitencia, que mira al rincón, vaya a saber uno porque, y muchos relojes por todos lados) tiene una habitación llena de objetos y regalos para el posible niño/a que finalmente el Estado le brindará en custodia legal.
Todos los días llega a su casa y escucha los mensajes de su contestador y siempre le piden un papel más (los diálogos con los funcionarios parecen los que pronunciaba Soledad Silveyra en “La clínica del Dr. Cureta”)
Una tarde le dejan unos análisis (muy básico el procedimiento de cómo se entera) por debajo de su puerta que confirman una enfermedad terminal. Se desespera, pero al no haber podido cumplir la promesa a su mujer, decide que es lo mejor que le puede pasar, morirse él también.
Pero un día le golpean a su puerta y le presentan a Pollo (Conrado Valenzuela) un niño de unos 10 años para que lo custodie legalmente. Pero Manso ahora no quiere saber nada, porque está por morir y no quiere arruinarle la vida al chico. Va al ministerio y dice literal: “quiero devolver a Pollo”. Le ponen trabas y plazos. Y en ese esperar a ver si puede devolver o no al joven comienzan a entablar un vínculo entrañable entre ambos.
A los dos se sumará una vecina, Cecilia (la española Agatha Fresco), que a cambio del préstamo de libros le cocina a Manso, que los unirá y además terminará devolviéndole algo de vida y pasión a ese “muerto en vida”, ese hombre gris, encorvado, que arrastra los pies, que personifica Varela.
Hay algunas ideas divertidas, como la locución de los números perdedores de la quiniela (una larga secuencia) o cuando Manso comienza a “organizar” su entierro “ese no viene y no lleva la manija del cajón porque no lo banco”, que se opacan por el enorme esfuerzo de Varela por tratar de no parecer gracioso y mostrarse lo más huraño posible (quizás con otro tono de actuación la película se hubiera favorecido) y algunos diálogos con palabras en desuso (profiláctico, por ejemplo).
Con una estructura simple y planteamientos narrativos básicos, “Romper el huevo” es un intento por hablar de una problemática surgida de un disparador noticioso (la nota de La Nación) que en el fondo termina por desdibujarse por la desprolijidad que presenta en la pantalla grande.