Té para tres.
Manuel (Pablo Rago) la ama con toda su vida, pero no la soporta. A Cristina (Leticia Brédice) tanto amor la abruma. Él se atraca con unos merengues empalagosos en el desayuno ante el asco de ella. Ella vomita los fideos con salsa que él le prepara con tanta ternura. Él no sabe qué hacer con esta mujer, que se acerca y lo rechaza; ella no sabe qué hacer en este encierro amoroso. Los ataques de pánico parecen ser la salida ante tanta angustia.
Es así como Laura Dariomerlo, en su ópera prima, nos relata un día de una pareja que parece estar atravesando la etapa terminal de su vida amorosa. Con planos largos y fijos, transmite la opresión interna que viven estos dos personajes donde el amor comienza precisamente a transformarse en dolor bruto, sin posibilidad de condimento que sirva de paliativo, ya que cualquier intento de remontarla termina cayendo en frustración.
Sin decir mucho ni explicitar demasiado, la realizadora hace una apuesta fuerte y arriesgada al jugar con los afectos de sus personajes y al entretejer una historia que nos lleva al desconcierto. Un tercer personaje, también visiblemente angustiado, circula de entrada, inferimos que es el causante de la frialdad de Cristina; hasta que nos aproximamos al desenlace y podemos pesquisar cuál es el juego peligroso en el que están inmersas estas tres personas.
La trama está estructurada en 4 actos: desayuno, almuerzo, merienda y cena. La película va relatando cómo vive su crisis amorosa esta pareja en los hábitos diarios. Lo que es normal y cotidiano puede causar cualquier conflicto. Casi toda la puesta en escena es dentro de ese departamento que transmite muy bien la claustrofobia neurótica que se vive cuando el deseo más que aliviar perturba y desespera.
Lo intimista y pausado del film permite que sus dos actores estrellas se luzcan. Rago encarna sólidamente a este hombre obsesivo pero impotente frente a no saber qué es lo que ella realmente quiere. Brédice se apodera de la cámara, se luce notablemente, encandila los primeros planos: Cristina nos resulta insoportable pero también es difícil no quererla, como le pasa a Manuel.
Rosa Fuerte es una obra tan pequeña como intensa, nos abruma, nos encierra, nos angustia y nos conduce directamente a la identificación con alguna parte o momento de nuestra historia, aquel día en el que el amor se tornó verdaderamente doloroso.