Silencio cotidiano que acecha a la pareja
Desayuno, almuerzo, merienda y cena. Todo en un domingo de diciembre, en Buenos Aires, en un departamento tipo, con Manuel y Cristina (Pablo Rago y Leticia Bredice) como protagonistas de Rosa fuerte, la opera prima de María Laura Dariomerlo. ¿Demasiado riesgo para un primer largo de ficción? ¿Demasiadas pretenciones? Tal vez. Porque este drama de ritmo lento, escasos diálogos y escenas que se viven casi en tiempo real necesita sí o sí crear un clima, una identificación con los personajes de esta pareja anodina, de la que no sabemos nada. Ese es un logro. Caminamos a la par de la historia.
Cristina y Manuel tienen sexo, se bañan, ven películas, preparan sus comidas de acuerdo al esquema planteado en la película. Normalidad. Si la película sale del departamento, es sólo para sembrar algunas señales, un preaviso de que algo ocurre más allá de lo que vemos. ¿Alcanza para generar intriga? Son señales que intentan imprimir misterio, una atmósfera pesada que apenas se sostiene porque la trama no es puntal suficiente. Su mayor mérito es el riesgo, y esa angustia y dolor que de a ratos transmiten los protagonistas. Rago y Bredice vuelven creíbles su emociones, pero no sabemos muy bien cuáles son sus roles.
Cristina comienza a recibir llamadas de Pablo, se entera de que está embarazada (algo que la película deja prever en otra escena). Es la historia de una separación condensada en un día. Pero qué clase de separación. También es la historia del silencioso drama cotidiano que acecha a muchas parejas. Todo contado con muchísima economía de recursos, con un minimalismo afrancesado, que alcanza apenas a contagiar esa sensación de drama doméstico que sí transmiten por momentos los personajes. No alcanza para construir una historia, por más chica que sea. O tal vez la intención de Dariomerlo sea ésa, mostrar un sufrimiento que tardaremos demasiado en comprender.