Frescura y espíritu lúdico
Viola está inspirada en Noche de reyes y Rosalinda en Como les guste, pero ambas comedias de Shakespeare le sirven a Matías Piñeiro para jugar con sus actrices, para quienes las líneas del Bardo funcionan como reflejos de sus conflictos sentimentales.
Matías Piñeiro fue uno de los grandes protagonistas de la Competencia Internacional del último Bafici. Esto dicho no sólo porque en ese marco fue la primera proyección nacional de Viola después de su celebrado recorrido por los festivales más importantes del globo cinéfilo, sino también porque el vagabundeo de los adolescentes de Leones, otra de las representantes locales de la sección, tenía al cine del egresado de la Universidad del Cine como una referencia dilecta. Casi tres meses después de aquel evento, Piñeiro vuelve a los primeros planos con un jugoso programa en la Sala Lugones. Programa que incluye sus primeros dos films (El hombre robado y Todos mienten), un puñado de películas elegidas por el propio cineasta y, last but no least, la exhibición de Rosalinda y Viola, sus dos últimos opus, ambos hasta ahora inéditos en la cartelera comercial vernácula. Es, al fin de cuentas, una buena oportunidad para ver de qué se trata el cine de Piñeiro. Cine por demás curioso: es cierto que parece transcurrir en un mismo universo, pero también da la sensación de que ese universo se sitúa sobre unas placas tectónicas cuyo asentamiento definitivo está lejos de vislumbrarse, con sus coordenadas en constante expansión.
Mediometraje realizado hace tres años en el marco de un proyecto del festival coreano de Jeonju, Rosalinda establece desde sus primeros minutos la triangulación constante entre cine, teatro y literatura presente en ambos films. O, aún mejor, entre todos ellos y la coyuntura emocional de sus personajes: al fin y al cabo, lo primero que se ve es a una joven lagrimeando a raudales mientras corta con su novio por teléfono justo antes de regresar con sus amigos/colegas a los ensayos de una adaptación de Como les guste, de Shakespeare.
Es en ese sentido que Rosalinda remite inmediatamente a Leones (aunque debería ser al revés, ya que la primera se filmó antes). Pero allí donde los textos servían para cargar al film de López de una solemnidad gélida que terminaba por generar una distancia insalvable entre el espectador y el relato, Piñeiro los utiliza para constituir una película fluida y fresca cuyas criaturas exhiben la tersidad de lo lúdico. No es casual que el film evada cualquier explicación de las motivaciones detrás del accionar de sus personajes, al punto que podría pensarse que el ensayo no es sino un ejercicio recreativo conjunto, ni mucho menos que el director haga del juego –físico, dialéctico, con naipes– una de las actividades recurrentes de la troupe.
Viola es una acentuación de todo lo anterior. Con una narración otra vez concéntrica en Shakespeare y la meta-realidad como factor condicionante de la meta-ficción, el film comienza con la joven del título (María Villar) andando en bicicleta para luego pasar a una puesta en escena de Noche de reyes, de allí a una charla entre las actrices sobre la situación sentimental de una de ellas y más tarde a una suerte de ensayo informal y hogareño de la misma obra.
La dicción pasional del parlamento evidencia que lo que se dice sobrepasa los límites de la actuación. Más tarde, reaparece otra vez la ciclista, quien resulta ser la encargada de repartir DVD piratas confeccionados por su novio. El reparto la llevará a reencontrarse con las actrices, en lo que será puntapié inicial para una serie de charlas con eje en la funcionalidad de la relación de Viola con su pareja.
Charlas, claro está, atravesadas por las líneas de la obra en cuestión. Lejos del tono grave y ominoso, Piñeiro capta el proceso de vinculación femenina con partes iguales de respeto (la cámara jamás invade la acción), luminosidad y naturalismo, fundiéndose en la cotidianidad más absoluta de ese universo cuyos límites parecen reescribirse película tras película.