En una de las primeras escenas de Rosita, Lola (interpretada con solidez por Sofía Brito) aparece disfrutando del sexo con su compañero (Javier Drolas). Hasta que, de pronto, sin nada que lo anuncie previamente, esa situación placentera queda interrumpida. No queda del todo claro qué es lo que inquieta a la protagonista de esta historia en la que Verónica Chen ( Vagón fumador, Agua) aborda con una mirada original y profunda una temática contemporánea y muy oportuna en el actual contexto social de la Argentina: la vida cotidiana de una madre que debe criar en soledad -y en medio de un conflicto latente con su propio padre (Marcos Montes, también de muy buen trabajo)- a tres hijos que son fruto de diferentes relaciones sin demasiada colaboración ni un horizonte del todo despejado para proyectarse.
Rosita es una película seca, amarga. Pero eso no impide que su directora deje entrever sutilmente respeto y cariño por esa joven agobiada cuyo derrotero simboliza el de miles de mujeres de clases populares en el conurbano bonaerense. Chen también trabaja con mucha eficacia en el manejo del tiempo y el espacio, combinando con criterio una generosa variedad de planos que se acercan a los personajes o toman distancia de ellos de acuerdo con las exigencias dramatúrgicas de cada momento. Es fundamental el trabajo de Gustavo Biazzi, director de fotografía dueño de una inventiva que potencia un relato sobrio y conmovedor.