Una historia conmovedora
¿Puede ser el temor a ser incomprendido, la vergüenza de no poder transmitir que se desconoce algo, miedo a ser juzgado por la ignorancia, el germen de un problema, un encontronazo familiar? De alguna manera esta es la premisa que se desprende de Rosita, la película de Verónica Chen. Pero la propuesta es más amplia y se van abriendo, con el transcurrir del avance de la historia, más capas de una cebolla que no huele bien del todo.
La interpretación de Sofía Brito (Lola), con su toque de cierta inocencia, pero de furia cuando es necesario, es creíble y el trabajo de proyección y crecimiento se nota. Así también puede decirse de Marcos Montes, en el rol del padre interpretado por Brito. Los niños Dulce Wagner (Rosita), Joaquín Rapalini y Felipe Dratler, cumplen adecuadamente su papel dada la complejidad de la temática que puede ser dura para intérpretes infantiles.
La construcción de los vínculos (o más bien su recuperación) es un punto en el que el relato se apoya; y en ese proceso se ven los diferentes estadíos de los personajes desde su propio trabajo interno, desde lo que, cada uno a partir de su sentir y entender vive y reacciona.
El guion lleva las circunstancias, la desesperación, el enojo y las vivencias de las que hablo con sutileza y sin apurar el ritmo con el que se suceden. Es una metáfora sobre la violencia y las imposiciones culturales y sociales, que bien podría ayudarnos a entender la sociedad que conformamos (y de la que todos somos, en mayor o menor medida, responsables). Un planteo interesante que podemos revisar a la hora de ver esta muy buena película nacional.
Rosita es una ayudita de una muy buena película para revisar los vestigios autoritarios que se intercalan en las diferentes capas de la historia.