Simplemente indicios
La premisa del nuevo opus de Verónica Chen (Vagón fumador, 2001) logra transmitir la misma tensión que experimenta la protagonista Lola (Sofía Brito) al llegar a su hogar y no encontrar a su hija más pequeña, Rosita, cuando sus otros dos hijos preadolescentes, Alejo y Gus, le informan que había salido con su abuelo en bicicleta y nunca regresó. Inmediatamente, la sospecha de algo escabroso surge, acompañado por el discurso televisivo de los noticieros y la inoperancia de la policía mientras el tiempo pasa y no hay indicio alguno sobre el paradero de la niña y tampoco de su abuelo Omar.
La trama acumula indicios y el derrotero de esta madre soltera se vuelve completamente funcional a su punto de vista. Éstos traen aparejados rumores y una vez que el misterio se resuelve y tanto la nena como su abuelo regresan ilesos, la sospecha en el relato es lo suficientemente poderosa y capaz de arrojar todo tipo de juicio con sentencia anunciada en el que el acusado Omar no tiene derecho ni abogado defensor.
Sin entrar en más detalles por motivos obvios, se puede anticipar que Rosita es un film dispuesto a problematizar más que clarificar cuáles son los límites de los prejuicios. Pero también el abordaje de la relación entre un padre ausente y una hija que debe valerse por sí misma más allá de tratarse de una madre soltera.
La fuerza de la protagonista y su convicción opacan cualquier intento de encasillarla en el estereotipo de víctima. Lo mismo ocurre en relación al personaje del abuelo presente y padre ausente en la piel de Marcos Montes, muy bien elegido para ese rol.
Rosita es un film creíble desde el vamos, no sólo por la verosimilitud entre un relato y un guión cuidado, sino por no acomodarse en los lugares comunes de la solemnidad ó de ese cinismo con aires de “moralina encubierta” que muchas veces aparece en el cine argentino de la última camada.