Verónica Chen vuelve a mostrar su pericia, su sangre y sus dotes de narradora como lo hizo en Agua en Rosita, una historia que comienza ríspida y no abandona esa sensación de desprotección en los personajes y de temor en el espectador hasta su desenlace.
El personaje del título es una niña, la más chica de tres hermanitos. Todos son hijos de la misma madre, pero tienen diferentes padres. Ninguno de los progenitores hombres tienen contacto con ellos ni con Lola, que ya está en una nueva relación, pero con cama afuera.
Afuera, porque ha tenido que mudarse con sus hijos a lo de su padre Omar, quien había abandonado a ella y a su madre, y ahora ha reaparecido.
Pero una tardecita cuando ella vuelve a la casa, se encuentra con que ni Omar ni Rosita están. “Fueron en bici a comprar zapatillas”, repiten los hermanos. Y pasan las horas y no regresan. Para más, Omar se olvidó el celular en la casa.
Cuando uno empieza a intuir lo peor, Rosita y Omar vuelven. El paro de trenes y otras cuestiones no terminan de conformar a Lola, que cree -y se lo dice- que se llevó a la nena “para algo que no te salió bien”: imagina que quiso venderla o se la llevó al extranjero.
“No tengo a nadie”, más que quejarse, bufa Lola. “El me controla, estoy segura, mira todo lo que hago, lo que no hago… Lo peor de todo es que los chicos lo quieren, sobre todo Rosita. A los chicos se los engaña tan fácil. No me cierra”.
Rosita no solamente se apoya en la fuerza de los diálogos y las situaciones planteadas, sino en las actuaciones de todo el elenco. Las de Sofía Brito, como Lola, que estará acompañada, pero en verdad está sola en el mundo, y de Marcos Montes, un actor que sostiene sus soliloquios, entre mentiras, engaños y verdades con una soltura para remarcar. También en esta película que compitió hace un año en la sección Latinoamericana del Festival de Mar del Plata tienen apariciones especiales Luciano Cáceres, Noemí Frenkel y Javier Drolas.