Portación de ideales.
La arriesgada apuesta de este documental sobre la figura y el legado de Vladimir Roslik, una de las víctimas de la dictadura militar uruguaya, es en primer lugar el punto de inflexión en su corta vida que consiste en haber sido torturado hasta la muerte en el cuartel de Fray Bentos en 1984 tras haber sido detenido, sin ninguna causa, en 1980 anteriormente junto a otros jóvenes amigos al considerarlo subversivo o líder de algún movimiento simpatizante con el comunismo, además de vivir en la comunidad de San Javier, uno de los pueblos tomados por el régimen dictatorial uruguayo de aquella época como referencia de componentes subversivos, simplemente porque muchos de sus habitantes tenían como rasgo de identidad a Rusia.
Decíamos riesgo al comienzo de esta nota en la medida en que las primeras imágenes de esta película dirigida por Julián Goyoaga busca un espacio cinematográfico para la ausencia de Vladimir Roslik, un joven médico que tras recibirse en Rusia migró a la comunidad de San Javier y trató de generar con su obra y hombría de bien verdaderos cambios y transformaciones pequeñas, producto de la constancia, con trabajo y dedicación, quien en su temprana juventud estaba completamente alejado de la política o las acciones que se le achacaban al señalarlo como cabecilla subversivo. Toda esa ausencia para quienes no lo conocíamos se resignifica con un dato escalofriante: Su desaparición física, su tortura seguida de muerte y la impunidad de un crimen de lesa humanidad, que para la legislación uruguaya y el gobierno democrático quedó en el olvido al promulgarse la Ley de Caducidad. El borrón y cuenta nueva de aquel pasado que ha marcado con el correr de los años sin dudas una línea divisoria desde la ideología con algunas cercanías a la propia historia argentina cuando de dictadura, desaparecidos o lucha por la memoria se trata.
Una vez planteado el espacio entre la memoria, los recuerdos de aquellos que cuentan quién era Vladimir Roslik y cómo actuaba en la vida y en el quehacer cotidiano como vecino solidario, el relato pasa la posta de su legado a su viuda María Cristina Zavalkin, quien al enterarse de la dudosa muerte en 1984 peleó en soledad contra viento y marea para esclarecer un crimen y luego continuó con tareas comunitarias a partir de una fundación con el nombre de su esposo asesinado y hasta el intento fallido de postularse como alcaldesa para continuar con su labor social en San Javier.
El otro pilar más conectado con el presente es el hijo de Vladimir, Valery Roslik, quien no pudo conocer a su padre y busca junto al documental unir las piezas de un rompecabezas al que le falta forma, pero le sobran contornos y colores.
Esos colores y contornos, siluetas en las sombras y un silencio de muerte son los contrastes de la historia uruguaya vinculada al pasado de dictadura, recreado en el caso del opus de Goyoaga con animaciones que dan cuenta de los últimos segundos de libertad y vida civil de Vladimir, sus detenciones en medio de la noche con la impunidad del terrorismo de Estado presente y la reivindicación por parte de algunos amigos o miembros de la comunidad de San Javier sin dejar de mencionar también la indiferencia de otros vecinos con la nefasta idea de que a Vladimir Roslik lo mataron por no contar en qué andaba. Algo así como la versión rioplatense del latiguillo vernáculo Algo habrá hecho. Claro que hizo algo: Soñar con un Uruguay más justo y unido.