Reino del lugar común y el cliché
Coproducida, coescrita y dirigida por Gustavo Cova (realizador de Alguien te está mirando y Gaturro, entre otras), el policial Rouge amargo es el reino del lugar común, el cliché, la pura convención. Todo parece “de stock”, desde el guión (del que además de Cova participaron cuatro plumas más, entre ellas la del coproductor Horacio Maldonado) hasta el último objeto del decorado. Para no hablar de la puesta en escena, de cada situación, personaje y diálogo trillado. Es la clase de película en la que lo tosco (la puesta de cámara, la chatura de la iluminación, la música elemental, la errada edición) convive con lo feo (todos y cada uno de los decorados, trátese de un hotel alojamiento, una casa chorizo palermitana o una comisaría) y lo incómodo (los actores, básicamente). Si a algo recuerda Rouge amargo es a los policiales argentinos que en los años ’80 se identificaban como “productos industriales”, antes de que la industria del cine local profesionalizara su estándar medio. Bastaría comparar la película de Cova con, por ejemplo, Sin retorno (M. Cohan, 2010), hecha con un presupuesto apenas mayor, para que el abismo de las diferencias salte a la vista.
Un hombre recién salido de prisión (Luciano Cáceres) se aloja, solo, en la habitación de un albergue transitorio, justo al lado de otra donde un asesino a sueldo ejecuta a un ministro, encamado con una puta (Emme). ¿Qué es lo que la chica guardó en su cartera? ¿Era ella parte del asunto? ¿Qué hacía el ex preso allí, justo en ese momento? ¿Quiénes y por qué se llevaron puesto al ministro, uno de esos que denuncian la corrupción mientras la ejercen con ganas? Esas son algunas de las preguntas que, a juzgar por su expresión cansada, a Rubén Stella, en el papel del policía a cargo, parecen interesarle tanto como al espectador. Rouge amargo es de esas películas en las que todo da más o menos lo mismo, porque no hay una lógica que no sea la del arbitrio de un guión que parece escrito por una máquina. Que el protagonista sea héroe, antihéroe o más o menos, que la chica esté o no metida en la conspiracioncita, que el asesino a sueldo acierte o no cuando apunta.
Donde seguro no se acierta es con las posiciones de cámara, los cortes, la duración de los planos: todo ello parece presidido por la idea de que un policial tiene que tener ritmo y que el ritmo se logra con muchos cortes. No importa que la acción y posición de los personajes los justifiquen o no. Con música heavy en las peleas o tiroteos y el consabido “enamoramiento” y escenas de cama (todo ello absolutamente de cartón, desde ya) entre Luciano Cáceres y Emme (que, por supuesto, aporta algún que otro desnudo), la caricatura de asesino a sueldo está a cargo de César Vianco, que había hecho exactamente el mismo papel en más de un episodio de Los simuladores, hace más de diez años. Las putas parecen disfrazadas de putas, las travas (Rita, mejor amiga y mamá postiza de la protagonista) de travas, a los malos se los adivina desde la primera escena y no falta el clásico periodista de investigación joven que busca la verdad con tesón y honestidad, papel a cargo de Nicolás Pauls.