La gran contra de Rouge amargo es que semana a semana los potenciales espectadores ven temáticas similares en series de televisión norteamericanas (ni hablar en el cine), y así lo han hecho durante años.
Lo único con lo que juega a favor en cuestión argumental es la localía, ese tinte argentino que solo puede ser apreciado por los que consumen cine nacional y se ven identificados en las historias.
No obstante ello, algo para celebrar sobre este estreno es que se trata de una película de género. Más allá de lo bien o mal lograda que esté.
Pesé a unos clichés, la cinta es entretenida y está bien editada. Se nota que el director Gustavo Cova sabía lo que estaba haciendo en su regreso a la dirección live action -sus últimos films fueron animados: Boogie, el aceitoso (2009) y Gaturro (2010)- al plantear el universo al que invita.
Otra cosa para destacar es que la coyuntura le vino bien dado a que el rol del periodismo y el tráfico de información son el tema central de la película junto con la corrupción política.
En cuanto a la puesta actoral lo más flojo es el desempeño de Luciano Cáceres y no porque sea alguien que trabaje mal, sino porque el papel del antihéroe no le queda. Caso contrario el de César Vianco que definitivamente nació para interpretar villanos de poca monta.
¿Nicolás Pauls? No suma ni resta, algo que no habla bien de él ni de su personaje.
La sorpresa actoral es Emme porque tenía todas las de perder interpretando a la joven prostituta en una sucesión de lugares comunes cinematográficos y a pesar de ello entrega una actuación decente y sensual.
Entonces, si hay un buen trabajo de elenco y la dirección funciona ¿Por qué no nos encontramos ante una buena película para recomendar? Seguramente porque no hay sorpresas y por el planteo de algunas escenas claves.
Por ello, podemos decir que Rouge amargo no quedará en el podio del cine argentino pero al mismo tiempo hay que remarcar que se trata de una propuesta entretenida de género y que es nacional. Y eso es algo que suma.