Un amor a medida
Jonathan Dayton y Valerie Faris, los directores de Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006), construyen con Ruby, la chica de mis sueños (Ruby Sparks, 2012) un relato sobre la ficción a partir de un vínculo amoroso.
Calvin (Paul Dano, un acierto del casting) tiene mucho tiempo libre. Aunque, se sabe, el tiempo en quienes se dedican a crear siempre es relativo. Está la posibilidad de ir tejiendo una red de ideas que culmine en una obra cuando, en apariencias, no se está haciendo nada. En ese sentido, él ha sabido emplear el tiempo de forma productiva, pues pese a ser muy joven muchos lo consideran un muy buen escritor. El problema de Calvin no es el tiempo que emplea para crear obras, sino el que no utiliza para crear su propia vida. Hasta el cuidado de su pequeño perro lo hace con hastío, amigos no le sobran y –claro- tampoco hay “candidatas” para conquistar su corazón. Hasta que un día, sueña. Más precisamente: sueña con una chica “común y corriente” a la que llamará Ruby (Zoe Kazan, también guionista del film).
Las películas “sobre la creación” conforman a esta altura una suerte de sub-género. Dentro de las más recientes, podemos mencionar a El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002). Con esa película, Ruby, la chica de mis sueños tiene no sólo en común este rasgo, sino también una marcada intención de reflexionar sobre el sentido de la ficción y la forma en la que nos transforma. E indagar sobre la permeabilidad de aquel sentido en la propia experiencia (amorosa, social, incluso filosófica).
Durante la primera media hora la película no está del todo lograda, resulta un tanto reiterativa. Pues el mero retrato del escritor consigue que la puesta devenga esquemática, como si el espectador supiera de antemano qué es lo que se le va a contar. Las cosas se pondrán más interesantes cuando un día ese sueño empuje a Calvin hacia su máquina de escribir (es un looser anacrónico). Y al poco tiempo se aparezca Ruby, la chica de sus sueños, en carne viva.
El guión se concentrará, a partir de entonces, en el impacto que genera la relación del escritor y su musa/novia en los demás personajes. Y, desde ya, en su propia vida. Otra vez, cierta previsibilidad se apodera de la película, que no termina de “cerrar” como comedia (los diálogos entre él y su hermano, un típico canchero, son bastante flojos). Como contrapartida, comienza a gestarse una interesante vertiente más existencial en torno al dilema de tener una vida a la medida de uno o dejar que todo siga su curso normal. Porque Ruby es bonita, generosa, amable. Pero, en definitiva, es una entidad que, mutatis mutandi, desarrollará sus propios deseos y contradicciones. Que le jugarán en contra a Calvin.
Ruby, la chica de mis sueños, consigue hacia el tramo final superar su planteo ingenioso y dotar de humanidad a los dos protagonistas. En el resto del elenco no se percibe ese detenimiento, tanto el hermano como la madre (Annette Bening) y su pareja (Antonio Banderas) están construidos de forma estereotipada. Para Calvin, especie de Próspero moderno, el mayor conflicto surgirá cuando tenga que tomar una resolución ética sobre su capacidad creadora. Va a lidiar con su neurosis (que nunca dejó de estar), sólo que meditando y dejándose afectar por su propia obra. Que, como toda obra, lo interpela, lo señala, lo obliga a ser mejor artista. Y, afortunadamente, un mejor hombre.