Más Ficción que Extrañeza
Cuando salimos de la función de prensa de Ruby, La Chica de mis Sueños, le dije a mi colega Elena D’Aquila, “esta película ya la vi”. La memoria de vez en cuando me hace jugadas tramposas, siento deja vués y no logro a veces disipar por qué. Lo primero que pensé es en Stephen King, que varias veces pone como protagonistas de sus novelas a escritores que se enfrentan a sus propios personajes (La Mitad Siniestra, La Ventana Secreta) o que lo que escriben se convierte en realidad (Tommyknockers), con algunos elementos de las comedias de Woody Allen que suelen tener bastantes escenas o premisas fantásticas. De hecho, parece no casual que el protagonista lleve lentes con marcos negros y pulóveres rojos o verdes, emulando el típico vestuario del realizador neoyorquino.
Pero a los pocos días, Elena, que es más joven y ha perdido menos neuronas que yo en el transcurso de los últimos años, me lo recordó. Más Extraño que la Ficción es un film del año 2006, dirigido por el sobrevalorado Marc Forster que hizo una sola película realmente buena, cinéfila y entretenida en toda su carrera, Quantum of Solace (muy superior a Casino Royale, el que lo niegue no vio nunca un film de James Bond).
En ella, Will Ferrell era un hombre al que de repente le empiezan a escribir su vida. Todo lo que sucede forma parte de la redacción de una escritora. O sea, si Emma Thompson ponía, Will Ferrell tiene un mal día, Will Ferrell tenía un mal día.
En Ruby, en cambio, un escritor desinspirado (si estuviese inspirado no habría película parece), con duelo amoroso, tiene sueños acerca de una musa que lo viene a visitar. Empieza a escribir sobre ella y un día ella cobra vida. Pero no es su imaginación. Realmente ha creado un ser vivo (algo similar a la película Ciencia Loca de John Hughes pero sin explicación científica, hubiese sido más divertido en este caso). Calvin (Paul Dano, extraordinario, versátil, demostrando con que facilidad se puede mover de la comedia al drama) y Ruby (la guionista del film, Zoe Kazan, bastante sólida, para ser prácticamente desconocida), tienen un amor apasionado, idílico, al punto que Calvin no necesita escribir más sobre ella. Pero cuando la relación se empieza a desgastar porque Ruby quiere llevar una vida independiente, Calvin se tienta a esclavizarla con su máquina de escribir, de la misma forma que sucedía en la película de Forster, pero en forma menos filosófica.
Si bien la premisa del film puede ser original, lo cierto es que es bastante previsible y superficial, pero sobretodo vista. O sea, tiene una estructura demasiado convencional, lugares comunes. Los giros que pretenden ser más llamativos (la familia new age de Calvin) se ha visto tantas veces en los últimos años en el cine “Indie” (otra vez Annette Bening como hippie ya es un clisé) no lo son tanto, la introducción de elementos fantásticos en relatos realistas ya no sorprenden. Entonces, queda la simpática historia de amor del muchacho perdedor que no es muy diferente a la de 500 Días con Ella (incluso Kazán es muy parecida a Zooey Deschanel), la crítica a la intelectualidad literaria queda a un nivel superficial también (vean Un Fin de Semana de Locos de Curtis Hanson y aprendan), por lo tanto, tampoco se puede decir que Faris/Dayton pretenden crear una sátira social. No soy fanático de Pequeña Miss Sunshine, pero era una película que al menos tenía buena construcción de personajes y una ácida mirada sobre la familia estadounidense y sus niveles culturales (además de enormes interpretaciones). Acá la sátira no funciona, porque no hay crítica, que un manager cultural sea una persona que trabaja únicamente por interés económico o sexual era el tópico principal de la filmografía de Blake Edwards.
Si bien es correcta en casi todos los rubros, la falta de un alma, de acudir continuamente a la fórmula, de ir al efecto romántico, de pretender una estética transparente, con alguna que otra escena onírica inspirada, ya no logran convertir una comedia “Indie” en una obra trascendente. El soberbio elenco, no logran salvar una película mediocre, del montón (y agrego, además de Bening repitiéndose, Coogan ya me está cansando como el inglesito canchero, muy mal aprovechado). Resaltan Banderas y Elliot Gould, más distendidos que de costumbre.
Es una pena que Zoe Kazan haya debutado con una obra simpática, pero tan poco sensible socialmente, teniendo en cuenta que el abuelo haya sido uno de los más polémicos y transgresores directores, un hombre que cambió la forma de encarar los conflictos de la juventud, darle un contexto socio-político, reformó con Lee Strasberg la forma de actuar en el cine, impulsó la carrera de uno de los mejores actores de la historia y realizó una obra maestra llamada América, América.
Personalmente, pienso que las segundas o terceras generaciones deberían dejar atrás sus apellidos para no mancharlos con estos despropósitos cinematográficos (Cassavetes, Nick; Coppola, Francis) que no le hacen justicia a sus progenitores.
Aprendan de Joe Hill, que consiguió una sólida carrera de escritor a la sombra de su padre, cambiando su apellido y sin necesidad de enfrentarse con sus propios personajes.