Ruido

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La expresión “personas desaparecidas” remite a una tragedia del pasado, a una época oscura que dejamos atrás en Argentina hace más de 40 años. Ruido se encarga de mostrar con crudeza una realidad que pocos quieren ver: la gente desaparece hoy en México, en Democracia. Este es el “presente” de miles de personas que buscan a sus familiares.

Ruido cuenta la historia de Julia, una artista plástica interpretada por Julieta Egurrola, que busca a su hija Ger, una psicóloga de 25 años desaparecida hace 9 meses. Luego de esperar en vano respuestas por parte de la Justicia -de la que se expone aquí su inoperancia y su desidia- Julia logra salir de la quietud y el silencio de su departamento para comenzar un camino tan peligroso como incierto, un angustiante recorrido a ciegas que la lleve a encontrar a su hija, o al menos alguna pista o respuesta.

Y en este camino que se parece a un sucio laberinto lleno de trampas, secretos y caminos que no conducen a ningún lado, Julia se va topando con lo más oscuro y lo más luminoso. La corrupción estatal, las puntas apenas visibles de redes de trata y de mafias amparadas y protegidas por la policía, el silencio y el miedo a cada paso. También va encontrando solidaridad, contención y ayuda de personas que están pasando por lo mismo, o que sencillamente quieren ayudar y cambiar algo; como Abril, la joven periodista que la acompaña en parte de su búsqueda.

Uno de los aspectos más angustiantes de la película es cómo logra transmitirnos el desconcierto de Julia al no tener ni siquiera una pista de lo que está pasando ni en dónde buscar. No saber quién la secuestró ni porqué, y no tener respuestas de ningún tipo. Puede ser la policía, pueden ser los narcos, puede ser una red de trata. Los desaparecidos pueden ser hombres o mujeres.

La historia de Julia y Ger es una entre miles (los datos oficiales arrojan más de 90.000 desaparecidos desde el inicio de la llamada Guerra contra el narcotráfico iniciada en 2006) y se vuelve aquí también un símbolo. El dolor en su rostro ajado y demacrado no es nunca de resignación: se transforma en lucha que va encontrando a su paso el horror, algo de humanidad y, quizás, un poco de esperanza.

El valor de Ruido es testimonial. No hay lugar para sutilezas, ni para el virtuosismo narrativo y quizás ni siquiera lo pretenda. Se trata de una denuncia urgente y directa, llena de bronca, impotencia y dolor. Dentro de la ficción, el relato le da voz en registro documental a víctimas reales que cuentan su lucha, a grupos de autoayuda y a organizaciones de personas que siguen buscando. Vemos mujeres vistiendo remeras con las fotos de sus desaparecidos -el paralelo con las Madres de Plaza de Mayo es inevitable- que van rastrillando campos y lugares buscando respuestas, pistas o cuerpos.

A quienes no vivimos en México seguramente nos faltan partes, elementos, información para comprender mejor una realidad tan compleja. En ese sentido, Ruido hace su aporte, dando testimonio, y echando luz sobre la oscuridad, sobre el mal que se niega a mostrar la cara, haciendo ruido donde hay silencio.