Una mujer abandona su vida de privilegios para investigar la desaparición de su hija, posible víctima de un feminicidio en este drama mexicano que se estrena en cines de Argentina el 13 de octubre y llega a Netflix en noviembre.
Los feminicidios en México (que no es estrictamente lo mismo que «femicidios», ya que el término involucra la participación, por acción u omisión, del Estado en relación a tales crímenes, como bien se explica acá) son un tema tanto de impacto cotidiano en ese país como de repercusión artística en general y cinematográfica en particular, ya que el cine mexicano viene tratando el tema desde hace ya un tiempo. La nueva película de Natalia Beristáin –que estrenará Netflix en noviembre– se suma a la reciente ZAPATOS ROJOS, de Carlos Eichelmann, que pasó por el Festival de Venecia, en tratar el tema en tan solo unos pocos meses. El punto de partida argumental es similar en ambos films, pero las formas de narración y el tono son bastante diferentes.
Aquel film se centra en un hombre, campesino, que viaja a la ciudad de México a recuperar el cadáver de su hija, a quien ya sabe muerta. Se trata de un film de tono y perfil bajo, silencioso, sobre un anciano de pueblo que se topa con una violenta y para él desconocida realidad urbana. El caso de RUIDO, como su nombre lo indica, es casi el opuesto. Es la historia de Julia (una excelente Julieta Egurrola), una mujer que vive en la capital del país, de posición económica acomodada, cuya hija ha desaparecido al irse de vacaciones.
Ella está en el periodo de búsqueda y si bien las esperanzas de encontrar a su hija con vida son pocas (lleva nueve meses desaparecida), y disminuyen con el paso de los días, Julia está dispuesta a lo que sea necesario para encontrarla. Su marido, en cambio, parece sumido en la depresión. El recorrido de la mujer empieza de una manera si se quiere burocrática –con investigaciones que no parecen llevar a nada– pero pronto la mujer se empieza a conectar con agrupaciones de madres en similar situación, lo que la introduce en un mundo casi desconocido para ella, tanto desde lo personal como desde lo social. Hay algo de ese privilegio que se quiebra al escuchar esas historias y conocer a esas otras mujeres.
Su viaje tendrá algo de policial, detectivesco. La llevará de viaje por el país, la conectará con periodistas que investigan feminicidios, gestoras y abogadas que trabajan «en las sombras» para no ser detectadas por las mafias, los carteles o las propias autoridades que cometen u ocultan estos crímenes, la conectará con policías y la llevará a meterse en situaciones inimaginables poco tiempo atrás, incluyendo algunas muy dolorosas y otras que van dejando en claro que su vida corre peligro si intenta investigar o meterse más en el tema.
A Julia le será difícil –por no decir imposible– avanzar en su caso, pero a la vez la propia búsqueda empezará a generar en ella no solo una conciencia social más amplia sino contactos con muchas otras mujeres de distintas generaciones que sufren el abuso cotidiano y militan tratando que el Estado actúe sobre los constantes actos de violencia de las que son, o pueden en algún momento, ser víctimas. En algún punto de RUIDO, Julia lidiará con las tensiones específicas de su caso particular –que son propias de un thriller– con las generales, las que se dan en la calle, en las marchas, con la represión estatal tratando de impedir manifestaciones por el tema.
Una película noble y humanista, que genera mucha emoción en las situaciones más ligadas a lo documental (el encuentro de Julia con otras madres que participan en agrupaciones es uno de sus momentos más fuertes), RUIDO va pasando de lo íntimo a lo público, de lo personal a lo social. Ese recorrido, que es el de la protagonista, es uno también de tono. Es un film que empieza con un perfil bajo y se va intensificando en función de las tensiones de la investigación y también de las reacciones sociales a los hechos.
En algún momento –más cercano a su final–, la película se vuelve un tanto subrayada, hasta declamativa. Buscando conflicto, emociones fuertes y la puesta en ideas y discurso de los temas tratados, RUIDO abandona toda sutileza para volverse un film más clásicamente político y un tanto más didáctico. Ante las gravísimas situaciones que se viven allí, se entiende la necesidad de usar ciertos códigos cinematográficos que no se caracterizan por su discreción. Quizás no sea la elección estética más elegante, sutil o poética, pero Beristáin entiende que a ese nivel de agresión criminal hay que contestarle en voz alta.