Pueblo chico, infierno grande
Ruleta Rusa, la nueva película de Eduardo Meneghelli, aplica a esa frase. Rudy (Gabriel Peralta) viaja desde Buenos Aires para visitar el pueblo donde vivió cuando era niño y a su tía. Todo iba bien hasta la muerte de su padre, un militante de los 70, y a raíz de eso abandonó el lugar, casi por obligación. Años después regresa para lograr un objetivo en particular: venganza.
Sus tierras y las de todo el pueblo fueron usurpadas por el ex intendente Parra (Quique Liporace), quien celebra las desgracias ajenas y, al igual que todo político, promete mucho y hace poco. Lo único que tiene en claro es su obsesión por el poder y a costa de lo que sea, incluso de sus propios hijos.
Maru (Abril Sánchez) es hija de Parra y aunque no parezca, se da cuenta de que su padre deja mucho que desear y por ende se enfrenta a él, enamorándose de Rudy, el joven que busca venganza por la muerte de su padre. ¿Podrá conseguirlo?
La trama está bien, es interesante, pero cae en lugares comunes. Romeo y Julieta cuenta la historia de dos jóvenes que se amaron y a pesar de no tener la aprobación de ninguna de sus familias, siguieron igual, prosperó el amor. En Ruleta rusa intentan reflejar esto entre Rudy y Maru, pero termina en un cliché. La idea de romantizar algo dentro de una pelea por territorios y una venganza de por medio, no resulta atractiva.
En este film encontrarán un despliegue de temas que lo sentirán cercano a la historia política argentina y actual también. Sobre todo tocarán el problema del juego y las adicciones, cosa que nunca termina bien. Aires de libertad y anhelo por conseguir lo que el pasado les quitó, será el puntapié inicial de Ruleta rusa.