El campeonato de Fórmula 1 de 1976 tuvo un final "de película". No conviene dar detalles sobre su desenlace por si algún espectador ajeno al automovilismo desconoce aquella historia, pero lo cierto es que la rivalidad entre dos personalidades y estilos opuestos (el pragmático y obsesivo piloto austríaco Niki Lauda contra el arrojado e impulsivo británico James Hunt) y el épico final que se produjo "pedían" una reconstrucción en todo su esplendor para la pantalla grande.
Casi cuatro décadas después de aquellas hazañas deportivas, el director estadounidense Ron Howard y el autor inglés Peter Morgan, que venían de trabajar juntos en Frost/Nixon (otro duelo apasionante), concibieron una historia sin demasiadas sutilezas, pero con una estructura muy eficaz para una propuesta visual y narrativa de enorme espectacularidad.
Tanto para el realizador de Apolo 13 y Una mente brillante como para el guionista de La reina no hay buenos ni malos. Los dos rivales son, a su manera, héroes y demonios. Cada uno tiene sus métodos, sus prioridades, sus habilidades, pero también sus debilidades, esas miserias y fantasmas personales que pueden traicionar incluso al más profesional y experimentado de los deportistas. La película contrapone esos dos puntos de vista siempre antagónicos en medio de una reconstrucción de época (el espíritu setentista se percibe dentro y fuera de las pistas) con ingenio y respeto, pero sin solemnidades ni reverencias.
En un rincón tenemos a Hunt (Chris Hemsworth, todavía más seductor que en su papel de Thor), un bon-vivant, mujeriego, arrogante, que coquetea siempre con los excesos y con mucho más talento natural que predisposición al trabajo. En el otro, a un Lauda (Daniel Brühl) obsesivo, metódico, pragmático y austero. Entre el arrojo casi inconsciente de uno y el tesón del otro para reponerse en tiempo récord de un accidente que lo había dejado fuera de varias carreras se arma un enfrentamiento pletórico de tensión y suspenso.
Más allá de ciertos estereotipos a la hora de moldear la psicología de los personajes y de algunos subrayados innecesarios, Rush cumple con lo que promete: hay excelentes escenas de carreras (los expertos seguramente encontrarán algunos errores y "licencias históricas") con pequeñas cámaras instaladas en los lugares más insólitos y la ayuda inestimable de las imágenes generadas por computadora, dos personajes irresistibles y un final de antología. A ajustarse, entonces, los cinturones y dejarse llevar por la velocidad, el vértigo. y el disfrute.