El valor del deporte
Rush está en un contexto de profesionalismo previo al actual, por lo tanto, es otra época. Hablar de espíritu amateur en esta película no tiene sentido, pero algo de eso hay. La emoción del correr, de ganar, la ambición de ser el mejor y poner en riesgo el cuerpo por más que carezca de sentido en lo concreto.
“Eso es nobleza. Es como ser caballeros” le dice Hunt a Niki Lauda en el final de la película, sin delatar ninguna parte del argumento de culminación. De eso se trata el deporte, en eso está el sentido de la película. Rush va a épocas donde la ahora superprofesional fórmula 1 significaba arriesgar la vida, vivir al límite y la velocidad tenía sentido en su peligro. No quiero decir que esa competición deba volver a eso, no es la intención. Pero la película hace desear eso.
Esa forma de ser se exhibe en dos personajes tan opuestos como iguales. Uno es Niki Lauda, el obsesivo, representante de la disciplina alemana, carácter de pocos amigos, maniático en los detalles y riguroso como pocos; el otro tan fanfarrón como el austriaco pero con carisma, playboy, fiestero y poco adepto a la rigidez y la corrección, el inglés James Hunt. La película trata de la rivalidad como eje en la temporada de 1976 de la fórmula 1. A pesar de la superficial disparidad, su punto de contacto es muy fuerte. La ambición por ganar, la adrenalina por competir y esquivar a la muerte, por demostrar que son líderes y vencer a su contrincante.
El deporte necesita eso, un opuesto… algo que te alimente para seguir y vencer. Esto no es algo novedoso, pero en esa relación que Rush transmite, magníficamente abordada y con dos actores que si bien no deslumbran, cumplen un papel verosímil y correcto, me hace acordar un poco a Messi y Cristiano Ronaldo. Los dos se necesitan, parecen completamente distintos pero hay algo más allá que los iguala. Es en la ambición, el hambre de gloria, la zanahoria que los haga continuar en el camino.
Creo que si en algo falló Rush, por lo menos en mi visión, fue que ninguno de los dos personajes despierta ese hecho de tomar posición por uno de los dos. Lauda y Hunt no despiertan esa pasión, no nos obligan a ponernos de un lado sí o sí. Son diferentes, te puede gustar más uno que el otro, pero a la larga es muy neutral en cuanto a la “preferencia”. Aunque puede ser una virtud, porque nivela lo opuesto al mismo escalafón, y no todo tiene que estar dentro de la dicotomía “heroe”- “antiheroe”. Porque en definitiva esa fue la intención final.
Volviendo a la película, se destaca en todo. En los giros de la narración, en el dramatismo, en la credibilidad de las escenas y es en la fortaleza de sus personajes donde el film llega a sus mejores momentos. El cine que aborda deporte, cuando es bueno, suele explotar los momentos dramáticos con escenas que quedan en la retina, la carrera en Monza y la de Nurburgring tienen todo eso. Su representación simplemente fue excepcional, sobre todo por la dificultad de hacerlas en la práctica.
Si te gusta el deporte, estás obligado a ver Rush. Si no te gusta pero querés entender de qué se trata, más todavía. Y si no te importa, también. La historia que cuentan excede la competencia, aunque éste sea su eje central. La naturaleza humana está expuesta en estos 120 minutos.
También la cosmología de un mundo que parece no existir más, donde el ultraprofesionalismo metódico y deshumanizante era una utopía. Donde los intereses del negocio recién se empezaban a imponer por encima de la competencia, y se cristaliza cuando deciden correr en Japón (la última carrera). Donde el Super Bowl en los Estados Unidos no era Madonna o U2 cantando en el entre tiempo, donde el ciclismo o el atletismo se trataba de atletas y no de humanoides programados genéticamente para competir, y donde el fútbol era la pasión por los colores y no por el aguante.
Por lo menos es la sensación que Rush me hizo llegar, quizás ni siquiera haya sido su intención. El problema es a nivel mundial, y por múltiples factores. Quizás parezca que tengo una mirada muy romántica del deporte, no es así. Pero es lo que me despertó Rush. Quizás el deporte, en ese momento, no era tan romántico tampoco. Desconozco.
Para cerrar, vuelvo a una anécdota personal, en una reunión de amigos hablando de los mundiales uno dijo: “el de Italia 90 fue el último mundial de verdad, el resto fue todo comercio”. No sé estoy de acuerdo con eso del todo, quizás nuestro amor por Maradona nubla los ojos. Pero Rush me hizo sentir que es así.
Por Germán Morales