Rush forma parte de esa familia de películas encabezada por “Gran Prix” y “Las 24 horas de Le Mans”. Mejor dicho, hijo tardío y oportuno de esa familia que se olvidó hace años de su prole. Valió la pena la larga espera, porque “Rush” es la mejor película sobre la F1 hecha hasta ahora. Y, encima, disfrutable por todos, incluidos aquellos que les importa un comino los autódromos. El desparejo Ron Howard le encontró el pulso adecuado a una historia de rivalidad, de contrapunto continuo, como si fuera un western moderno, con un contexto –los años 70 y el exitante mundo de la Fórmula 1– retratado con genialidad. Y si detrás de las cámaras la cosa anduvo de maravillas, en la acción no se quedaron atrás, con Hemsworth instalado cómodo en los pantalones del mujeriego y seductor James Hunt y Brühl, magistral, copiando cada gesto del antipático Niki Lauda. Dos tipos antagónicos, dos formas distintas de épica. La película pinta el ascenso de ambos pilotos a la cúspide de la F1, dentro y fuera de las pistas. Una mirada romántica y biográfica sobre el peligro, la falta de seguridad, la pasión por el éxito y la rivalidad, a partir de dos campeones, hoy mitos de ese deporte. Mucha velocidad, vistas aéres de míticos autódromos y primerísimos planos de neumáticos chirriando sobre pistas mojadas, y sobre todo una narración sobrecogedora a partir de un retrato tan nervioso y vertiginoso como necesariamente fragmentado.