Quienes vivieron los setenta, esos años dorados de la Fórmula 1 saben que la pelea Nikki Lauda-James Hunt se había vuelto mitológica (algo que nunca fue, disculpen el recuerdo, la reyertita Reutemann-Alan Jones). El director Ron Howard logra, en las escenas de peligro y carreras, transmitir algo del peso físico de la historia, algo que la asemeja bastante con su -hasta hoy- mejor film, Apollo XIII. Los actores cumplen perfectamente, y quienes crean que Chris Hemsworth es nada más un paquetote carilindo verán que sí, bueno, lo es pero también sabe actuar. Lo que no se logra, y aquí es donde uno puede decepcionarse un poco, es el peso dramático, mucho más cercano a lo televisivo que al propio cine. El problema no es tanto que haya lugares comunes (qué film no los tiene) sino que parecen más fruto de la pereza que de la convicción, como si los actores, al decir ciertas líneas, se dijeran a sí mismos “no puede ser que alguien diga esto y lo crea”. Pero los motores rugen, y eso es lo que vale.