El delicado sonido del trueno
Desde un antiguo asfalto aparecen dos adversarios. Uno es una bestia desbocada, el otro, un calculador inclemente. El primero se llama James Hunt y vive como si fuera el último día, el otro, Niki Lauda, un hombre cerebral que pareciera desapasionado. Este duelo de pilotos es el que Rush: Pasión y Gloria, con una profundidad meramente espectacular, aviva frente a nuestros ojos.
Rush es el regreso del director Ron Howard a los 70 luego de Frost/Nixon (2008), y confirma que volver el tiempo atrás a sus días felices, lo hace sentir cómodo.
En este caso cambia la competencia verbal y política por uno deportiva (aunque toda competencia en algún punto es deportiva), y suma a esta rivalidad de temperamentos la de naciones, una vieja Austria (Lauda) leída como de corazón Alemán, e Inglaterra (Hunt). Lauda es la imagen del impasible trabajador, lo suyo es la construcción: de su vida, su carrera y sus autos) Su físico endeble junto a un rostro de roedor no le da una ventaja social, y su apática sinceridad, tampoco ayuda. Pero como él dice, es el mejor de todos. Hunt, de rubia cabellera, es pura testosterona. Impulsado por la pasión (porque el corazón es patrimonio de ambos) y la búsqueda de adrenalina, vive el deporte para que fluya a toda velocidad. En el rol del primero está interpretado por un sorprendente Daniel Bruhl (el “héroe” nazi en la Bastardos Sin Gloria de Tarantino), y en el rol de Hunt, el dios del trueno en persona, la mole Chris Hemsworth (Thor, La Cabaña del Terror). Entre sus diferencias de vivir, y afianzado en la competencia, es desde donde se puede disfrutar este film.
Howard es uno de esos directores que conforma la “industria” hollywoodense. Durante los noventa (y un poco más) tuvo su época de gloria. Apollo 13 y Una Mente Brillante fueron las que le dieron un prestigio no del todo convincente. Por más que sus films sean reconocidos, uno suele notar una ausencia de pasión en lo ve en pantalla. Las adaptaciones de las novelas de Dan Brown (El Código Da Vinci, Ángeles y Demonios… y se viene una tercera que no me interesa recordar) muestran su conformidad con Hollywood. Pero fue en Frost/Nixon (2008), un film con un gran Frank Langella haciendo de Nixon y a Michael Sheen como David Frost, donde retomaba un espíritu cinematográfico, no descubría la pólvora pero la hacía encender. En este caso, a pesar de él maniqueísmo y ausencia de profundidad de personajes (principalmente las mujeres, que son pura reacción a sus partenaires masculinos), Howard logra hacernos sentir la competencia, con dos tipos que parecieran surgidos de la partición de un mismo ser humano. Dejando expuesto el ser humano en dos furiosos reversos. En ese choque de personalidades cada uno resignifica la vida del otro. Difícil no desear ser Hunt, puro carisma, sexualidad y vitalidad. Por eso Lauda se transforma en el héroe sin manto, porque su camino resulta más difícil, arduo de querer por su antipático carácter, pero con alma de campeón.
Tanto los corredores como las carreras logran la atracción del espectador, no podemos dejar de ver a Hunt y Lauda, así como tampoco podemos decantarnos solo por uno de ellos, y menos desatendernos de la competencia donde cada curva puede sellar el destino de los pilotos (y más si uno desconoce los detalles de la historia). El mérito de Howard es lograr que vivamos esa pasión automovilística, y que el film vuele ante nuestra mirada.