Un profundo abrazo entre la vida, la música y el cine
Año 2010. Avenida 9 de Julio, en Buenos Aires. Plena celebración del bi-centenario de la Revolución de Mayo. Acaso como si comenzara por el final (la historia se sigue escribiendo de todos modos) la curiosidad de la autora de ésta obra pasa por dos andariveles que a su vez están atravesados por el amor: El amor por la música, y el amor que subyace en una relación padre-hijo.
Hay que decirlo, el apellido en común está cargado de arte y de historia para un lugar como la Argentina y una ciudad como Buenos Aires. Entra tanto contenido que hace falta decirlo dos veces. Por eso “Salgán Salgán: un tango padre-hijo”.
La ventaja de tener un observador externo perteneciente a otra cultura, es que la avidez por satisfacer la curiosidad está teñida por cierto aire de inocencia que vuelve simples respuestas, las que de ser dadas por cualquier habitante local culminaría en un verdadero tratado de verdades absolutas. Tal es el caso de la norteamericana Caroline Neal, aunque éste no es su primer documental sobre el tango, ya tiene en su haber “Si sos brujo: una historia de tango” (2005, sobre la Orquesta Emilio Balcarce), supo tenerla con ojos curiosos, muy lejanos a su Virginia natal. Y mucho más joven, claro.
Así, con mucha paciencia, parece haberse construido esta película. La necesaria para marcar el concepto de la distancia cuando se escucha “…la primera vez que lo ví a mi papá fue por televisión cuando tenía 7 años…”. El capricho del destino es además benevolente con la idea, pues Horacio Salgán y César Salgán tenían más de 18 años sin vincularse ni musical, ni personal, ni afectivamente. La distancia acrecienta todo. Lo bueno y lo malo. ¿Cómo hacer para achicarla cuando otro evento de la historia obliga al acercamiento?
La cámara (y a veces la voz en off de la propia directora) hacen un seguimiento a ambos. Se los ve como si nada, o “como si todo” también. Porque el hijo escucha y participa cuando puede, el padre es la figura que es. Nada, ni el tiempo puede borrar eso. Hay momentos de intimidad memorable, como un tango jamás grabado que Horacio interpreta en el piano. El plano detalle de las manos en el instrumento registra para siempre la relación simbiótica existente en los genios de todos los tiempos. Un símbolo prefecto que luego es recompensado en el plano del hijo tocando en vivo.
Más allá del foco universal puesto en la relación que un hijo quiere recuperar con su padre, “Salgán Salgán: un tango padre-hijo” no sería posible sin los Salgán, por carácter transitivo, sin la música. Se habla y se respira música en éste documental. Ahí donde el maestro dirige una orquesta, donde se charla sobre arreglos, y donde suena Buenos Aires en imágenes, es que la pieza cobra una dimensión aparte y tiene características de legado para las futuras generaciones, al igual que “Pichuco” (2014) o “Tata Cedrón, el regreso de Juancito Caminador” (2011).
Si el cine, la vida y la música pueden darse un abrazo, éste es un gran ejemplo.