Cuatro manos, un corazón
Si el talento se hereda o no, parece que no es tema de discusión en Salgán y Salgán -2015-, documental de la realizadora Caroline Neal –Si sos brujo…- que por un lado se inserta en la intimidad de padre e hijo, y por otro logra impregnarse de la mística y la música del maestro Horacio Salgán, compositor y arreglador de grandes tangos, quien ha elegido a su hijo César, piloto de autos y bajista, para que continúe su legado musical con su quinteto.
La cámara logra hacerse invisible en los momentos en que ambos comparten charlas o discusiones y funciona también como receptáculo de los testimonios a medida que avanza el relato por diferentes situaciones cotidianas, pero con el denominador común del respeto entre César y Horacio; el fortalecimiento de un vínculo tras varios años de ausencia y la sensación de reunión reparadora a cada minuto.
Salgán y Salgán busca adueñarse del tiempo interno simplemente con el encuadre en el momento indicado para que nada del exterior afecte ese instante único e irrepetible y en ese despojo de artificio es donde consigue, por ejemplo, naturalidad, ternura, espontaneidad, y sobre todas las cosas honestidad de ambos personajes. La palabra personaje no reduce el efecto, sino que lo magnifica, porque al sentirse cómodos, tanto Horacio como César, no atosigados por la directora, emergen rasgos que van un poco más allá de su personalidad controlada.
Las emociones resultan genuinas, sorprenden y por momentos las confesiones a cámara a veces generan perturbación y otras empatía absoluta en el espectador. Sin reproches del pasado, y parados en el lugar donde cada uno debe estar, padre e hijo comparten su pasión por la música y sacan a relucir ese plus en la interpretación, para llevarse la ovación merecida y el mejor de los recuerdos.