Sólo hoy y el sábado se exhibe, en los Cinepolis, este interesante documental sobre el singular Salvador Dalí. Parte de su rincón en el mundo, el pueblito costero de Portligat, donde el artista se fue haciendo su casa-taller a lo largo de los años; pasa por París, Londres, Nueva York, Hollywood y el castillo de Púbol, y se detiene en Figueres, donde fue haciendo, también a lo largo de los años, su famoso y estrafalario Teatro-Museo, que él mismo definía como “un inmenso objeto surrealista”, “un monumento único en el mundo, en honor a todos los enigmas”. Entre sus propios enigmas, aquí se develan, discretamente, la relación de amor, distanciamiento y reencuentro con el padre y la hermana, la razón “por la que me vi obligado a perpetrar toda serie de excentricidades”; su mantenida atracción por “Tristán e Isolda”; los tangos de Agustín Irusta y “El Angelus” de Jean-François Millet, que tantas veces reinterpretó a su gusto y antojo; el endiosamiento de la fea y dominante Gala, que le hizo juntar millones y pelearse con la familia y los viejos amigos; la confesada necesidad de creer en Dios, y la angustia de mantener la lucidez habiendo perdido la salud.
Entre las imágenes se alternan registros de lo más diversos, como una performance con un piano colgando y una vaca en la Inglaterra de 1940; la humorística “Dizzy Dali Dinner”, con Jackie Cogan y Bob Hope; un cortito casero de Buñuel, “Comiendo erizos”; un noticiero franquista, elogioso; el reportaje de la TV francesa “Quand passent les girafes”, y una selección de cuadros que va desde 1921 (hermoso, “Muchacha en la ventana” para el que posó Ana Dalí, que entonces lo adoraba), hasta 1981, con “Gala contemplando la aparición del príncipe Baltazar Carlos”. Punto en contra, una autoridad de la Fundación Gala-Dalí (productora del film) dictando cátedra de forma almidonada.