Salvadora

Crítica de Luly Calbosa - A Sala Llena

El relato del retrato

En plena época de elecciones y cambios la cartelera cinéfila se renueva con una propuesta atípica pero acorde a los tiempos que corren. El documental Salvadora (2017), de Daiana Rosenfeld, tiene como misión recuperar y sembrar en el espectador el espíritu de lucha por sus ideales. En esta ocasión, con la misma fuerza de su anterior documental, Los Ojos de América (2014), la directora retoma personajes que son la esencia de nuestra nación. Es así como mediante la figura de Salvadora Medina Onrubia muestra su visión crítica del contexto socioeconómico que atravesó Argentina tras el golpe de Estado de 1930 encabezado por el General Uriburu en oposición a la democracia liberal de Yrigoyen. En este marco, Salvadora es la huella del anarquismo. Es la única voz autorizada para (re)interpretar los ideales de ése movimiento revolucionario que luchó contra los avasallamientos militares y el cuerpo paramilitar fascista que respaldaba la creciente ola de desempleo y caída de salario real. Entre tanta ignominia donde se intentó reformar la Constitución (Legión Cívica) para reprimir política y sindicalmente, picana eléctrica mediante, a los gremios opositores, Rosenfeld cuenta el lado B de la historia. Explora los hechos censurados del Estado cuando la violencia no tuvo límites y atentó indiscriminadamente contra la libertad de expresión y los derechos humanos, fusiló al anarquista italiano Severino Di Giovanni y aprisionó a la destacada periodista, dramaturga, militante. Una figura cuya escritura impregnada de poesía y elementos alquimistas cautivó fervientemente a las masas y, al mismo tiempo, el corazón del empresario más poderoso de la época: Natalio Botana, creador del diario Crítica.

Salvadora es un mix entre biopic y ficción. El eje de la trama es unidireccional: recorre el camino que la convirtió en leyenda e ícono influyente del movimiento anarquista mientras, irónicamente, manejaba su Rolls-Royce. Es espejo del libro Salvadora, la Dueña del Diario Crítica (2005), de Josefina Delgado: recopila desde el material de archivo de sus textos aquella belleza lírica, transgresora, de su escritura. Aquí la narración respeta el canon de su impronta. Se elige un estilo directo. Se habla en primera persona al espectador para enaltecer desde las cronologías y discursos de época su amor a la patria. Esta decisión no peca de ingenuidad. A ella se suma un poderoso plano detalle que habla por sí solo: la polémica carta en la que Salvadora, desde la cárcel, insulta al presidente de facto Uriburu al enterarse de que un grupo de notables intelectuales (entre ellos Borges y Arlt) piden magnanimidad. Bajo este espíritu se tiñen las escenas, lentamente, de rojo pasión y elipsis. Se establece un nexo entre el movimiento anarquista y el universo espiritual, como si fuesen complementarios para expresar las emociones. Al mismo tiempo, las correctas decisiones artísticas y testimoniales enfatizan dos ideas: la verdad es imperativa y el dolor, patrimonio de lo poético.

A grandes rasgos, en 60 minutos se reconstruye a una mujer que tuvo impronta propia, a la que jamás podría conocérsela como “la mujer de Botana que arruinó la vida del empresario”, como intentaron prescribirla en la hemeroteca. Salvadora fue pionera del movimiento feminista local. Esta afirmación se sustenta en el relato a partir del material fotográfico, música lírica y escenas paisajistas seleccionadas cuidadosamente para formar el árbol de su vida. Fuentes testimoniales de especialistas, como la de Sylvia Saítta, ratifican que el rechazo social fue producto de la época; al respecto explica “Ella nació en La Plata en 1894, fue hija de una sacrificada maestra rural y tuvo el agravante de tener un hijo soltera a los 16 años. Se consideró un acto impuro”. Sin embargo, su reputación cambió cuando viajó a Buenos Aires: consiguió su primer trabajo de periodista en el diario La Protesta, conoció a Botana y se casaron en 1915. Él adoptó a su hijo Carlos –apodado Pitón-, le dio su apellido y tuvieron tres hijos más. Se hizo gran amiga de Alfonsina Storni; juntas llevaban el anarquismo como estandarte y le pidieron a Yrigoyen el indulto de su amigo Simón Radowitzky. También fue una exitosa dramaturga: escribió Las Descentradas, con un personaje principal que parece autobiográfico cuando grita, en referencial al rol de la mujer ama de casa: “¿No hemos convenido muchas veces en que somos mujeres extraordinarias? Las otras deshacen sus dolores con lágrimas. Yo los deshago con palabras”.

Salvadora es un documento histórico, digno de ver, sobre todo en el marco vigente de #niunamenos. Es interesante cómo Rosenfeld transmite su mirada en el rol transgresor de la mujer, capaz de vencer cualquier obstáculo. Si bien la voz en off que acompaña las escenas remite una sonoridad oscura, tenue, que pareciera reflexionar desde otra dimensión su indomable ímpetu al que define como locura, denota el sufrimiento que padecía. Y aquí Rosenfeld redobla la apuesta: es objetiva, no juzga pero remarca a las claras que las palabras desmedidas, si se apegan al sentimiento de ira, son capaces de influenciar y causar daños irremediables. Juega con el discurso de madre versus mujer y, en este sentido, contrapone la importancia de develar, o no, la verdad histórica sea cual fuere para la educación de los hijos. Salvadora, sin querer queriendo, forjó un capítulo mítico, retórico, e irreversible en la vida de su hijo, que también se inscribe en El Mural (2010), de Héctor Olivera: cuando estuvo convencida de que Botana le fue infiel con Blanca Luz Brum, le confesó a Pitón su origen y éste se suicidó. Así de crudo el episodio y el dolor de madre que la acompañó hasta su muerte en 1972. Al respecto, Sylvia Saítta recuerda: “Es triste el final de Salvadora, terminó sola viviendo en su departamento. Perdida en éter, a causa de la morfina”. Su vida fue la génesis del esplendor de un emporio, el dolor y la locura.