Retomando lo mejor de su imaginería visual y expresiva, el cineasta Oliver Stone propone con Salvajes un acercamiento al brutal mundo del comercio ilegal de sustancias en los límites de la frontera mexicana-estadounidense. Luego de la claustrofóbica y melodramática Las torres gemelas, la interesante secuela de Wall Street y los potentes discursos políticos de Al sur de la frontera, Stone le da un giro drástico a su filmografía a través de un film de tono descarnado y feroz, donde la estética –con mucho de comic y video clip- se impone claramente al contenido. El director de La
radio ataca, de todos modos, narrando con pericia, busca en todo momento diferenciarse a otros productos rutinarios sobre el mundo de la droga y los enfrentamientos entre narcos.
Con pasajes de tintes tarantinescos y soderberghianos (pese a que está claro que Stone hace cine desde antes que ellos), el film tiene un atractivo arranque a través de dos traficantes de marihuana de alto rango que llevan adelante su negocio mientras son parte de un triángulo amoroso casi estable. Engañosa armonía que se quebrará con violencia, venganza y desenfreno ante el secuestro del objeto de deseo de ambos. Con climas densos y al borde de lo tolerable, la trama arriba a un desconcertante doble final que prolonga el absurdo y la ensoñación de un film ya de por sí –y acaso deliberadamente-, desequilibrado y antojadizo; y con actuaciones asimismo desparejas. Dentro del joven terceto protagonista, Taylor Kitsch se destaca frente al desabrido Aaron Johnson y la bellísima Blake Lively, mientras que en el lote de figuras la formidable caracterización de Benicio del Toro y el buen trabajo de John Travolta opacan a una poco convincente Salma Hayek. Salvajes es un film que está lejos de ser redondo pero que de la mano de un Oliver Stone cercano al espíritu de su extraordinaria Asesinos por naturaleza, puede llegar a ser icónico.