Salvajes

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Tiros, líos, narcos y marihuana

La nueva película del director Oliver Stone es la adaptación de un best seller sobre la guerra por una porción del mercado entre los cárteles de la droga mexicanos en Baja California.

Los usos, abusos y costumbres del capitalismo aplicados a las drogas –en este caso marihuana pero de la sofisticada: cultivo hidropónico, cruza de semillas de Afganistán, las mejores del mercado–, una mercancía como cualquier otra sujeta a la oferta y la demanda, y ahí está Oliver Stone, para desgranar sus intereses, esta vez desde la perspectiva del narcotráfico entre los Estados Unidos y México.
Y aunque se sabe que Stone tiene una visión progresista del mundo –si hasta se internó en los meandros de la política latinoamericana celebrando a líderes de la región como Fidel, Hugo, Néstor y Cristina en Al sur de la frontera–, no dudó en adaptar para el cine Salvajes, el libro homónimo de Don Winslow, un best seller exploitation sobre el miedo al Sur. Es una historia reaccionaria que detrás del thriller asentado en la guerra por una porción del mercado entre los cárteles de la droga mexicanos y dos narcos californianos new age que destinan parte de sus ingresos a generar emprendimientos sustentables en el Tercer Mundo (¿?), se esconde la xenofobia y el terror de la América blanca a la invasión de los desarrapados y violentos latinos.
La puesta, que desde el comienzo tiene el estilo Stone (edición rápida y saturada de información, violencia estilizada, música omnipresente), es el vehículo para el relato que cuenta el triángulo amoroso entre el budista Ben (Aaron Johnson), O (Blake Lively) y Chon (Taylor Kitsch), un ex Seal de la Armada estadounidense. Los tres se aman sin celos, cultivan la mejor marihuana, sobornan regularmente a la DEA a través de Dennis (John Travolta) y tratan de mantener el negocio sin recurrir a la violencia para que el emprendimiento se mantenga sin contratiempos. Hasta que la guerra entre narcos al otro lado del río Bravo llega a la soleada California.
Allí esta La Madrina (Salma Hayek en plan culebrón de Televisa), despiadada ama y señora del cártel de Baja, en lucha constante con otro cártel de la zona que busca expandir su territorio de influencia con una avanzada sobre Gringolandia a cargo de Lado (Benicio Del Toro, en su versión latino-que-mete-miedo). Lo que sigue es una negociación, un secuestro como para que se cumplan los términos de esa negociación, algunos caminos alternativos para que la negociación no sea tan asimétrica, otro secuestro, decapitaciones, traiciones, y un doble final, como para que el espectador tenga la posibilidad de elegir un cierre cantado u otro más feliz, donde los tres protagonistas rubios y de buena dentadura puedan vivir su vida. Si después de todo son buena gente y no molestan a nadie.
Un thriller rutinario, que supuestamente profundiza la visión sobre las prácticas del capitalismo, un lustroso packaging cinematográfico que envuelve el miedo del civilizado Norte frente a la barbarie del Sur.