Tensión fronteriza
Al igual que los personajes de Salvajes, las películas de Oliver Stone siempre se situaron en una frontera, la que separa la reflexión del entretenimiento, la denuncia comprometida y el placer culpable, el filme político mainstream y el pastiche trash. Salvajes, en ese sentido, se ubica más en este último lugar, allí donde se alinean Asesinos por naturaleza, Camino sin retorno e, incluso, Scarface (guión de Stone), aunque este thriller narco carezca de un Tony Montana y de todo rastro de adrenalina.
La premisa es interesante: un trío de chicos y chica lleva adelante una empresa de cultivo y distribución de "la mejor marihuana del mundo" en Laguna Beach, un paraíso californiano surfer y hedonista. Los jóvenes Chon (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Johnson) importan las semillas de Afganistán y se dedican a la vida disipada, fumando y compartiendo sexualmente a la blonda O (Blake Lively), a la vez que Ben invierte parte del cuantioso dinero ganado en beneficencia internacional, viajando al Tercer Mundo.
Del otro lado de la frontera están los "salvajes", un cartel mejicano que se quiere quedar con el negocio de los muchachos "gringos" y que lidera una gatuna Elena (Salma Hayek) con flequillo pulp a lo Uma Thurman, quien se apoya en las andanzas del sanguinario Lado (Benicio Del Toro) para llevar adelante su negocio.
Si a eso se le suma un par de ex soldados de Afganistán que hacen de francotiradores mercenarios, un agente inescrupuloso de la DEA (John Travolta) y la hija latina de Elena que vive la gran vida en California y se avergüenza de las fechorías de su madre, se obtiene un fresco en principio atractivo y complejo en torno al narcotráfico global.
Cuestión que Stone desaprovecha con sus estereotipos, sentencias "reveladoras" y clichés gangsteriles de clase B, que no supondrían un obstáculo si el filme al menos se hiciera cargo de ese registro y narrara una historia intensa.
Pero Stone se queda parado en la frontera sin jugarse, ambivalencia hecha explícita en el doble e indeciso final. El defecto de Salvajes no es su falta de solemnidad, sino el tedio de su pretendida diversión.