Norte y sur de la frontera.
Si algo se puede decir sobre el método de Oliver Stone, es que sus relatos siempre cuentan con el elemento del exceso, buscando constantemente llamar la atención. Esto le ha funcionado en films como Wall Street y Pelotón, en los cuales su método maniático para tratar los temas extremos de la conducta humana pasaba con luz verde, debido a la naturaleza de los años ochenta. Sin embargo, esta fórmula también ha resultado en grandes fracasos pasados de ambiciones melodramáticas, como Las Torres Gemelas y Alejandro Magno. Ahora, con Salvajes (Savages, 2012), el director trata de volver a su época de incorrección política que terminó a mediados de los noventa. Afortunadamente para todos, logra hacer un producto entretenido, aunque también bombardeado por malos intentos de agudez.
Basada en la novela homónima de Don Winslow, la película presenta la historia de Ben (Aaron Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) - dos amigos que cultivan la mejor marihuana en California -, así como también cuenta las vivencias del objeto de sus deseos, O (Blake Lively), una joven adinerada que ellos comparten como novia. Si bien los hombres son distintos entre sí (el primero es un pacifista que usa sus millonarias ganancias del cannabis para ayudar a niños africanos a lo Bono; el segundo es un veterano de Afganistán con cicatrices de guerra, tanto en sentido figurado como literal), la blonda los une a ambos, formando un (consensuado) triángulo de pasión.
Esto es observado por Elena (Salma Hayek), la brutal líder de un cartel mexicano, que secuestra a O para obligar a Ben y Chon a unirse a su operación. Si bien los amantes cumplen las demandas, en secreto ponen en marcha un plan para liberar a la chica en cautiverio. Igualmente, lo que ninguno sabe es que hay otra gente con planes ocultos para todos ellos.
Como se mencionaba antes, con esta producción Stone busca regresar a los días en los que cautivaba a las audiencias mediante agresivos retratos de una página reciente de la historia. Así, decide tratar el choque entre la nueva generación y el régimen decadente, en el marco del conflicto narcótico que sigue llevándose en la frontera entre Estados Unidos y México. Lo bueno es que, por la mayoría del film, se maneja una buena burla de las percepciones entre las distintas culturas; un violento, apasionado y entretenido juego que se ríe de la forma en la que se ve a la otra cultura (como en varias escenas, en las que videos de tortura son precedidos por un particular ringtone; el tema de El Chavo del Ocho). Sumado a un grupo de intérpretes dispuestos a brillar, una fotografía llamativa y una banda sonora pegadiza, se genera un buen thriller de acción, con una destacable cantidad de momentos sangrientos y sensuales.
El problema surge cuando Stone cree que de verdad tiene algo más que decir, y pone todo su poder en tratar de crear un clima poético e ingenioso al estilo de Asesinos por naturaleza, pero que termina sintiéndose demasiado artificial para tragar, incluso en el nivel de Stone. Interminables minutos teñidos por una pretenciosa narración omnipresente que ni siquiera tiene sentido, escenas en blanco y negro junto a la playa que parecen más afines a un comercial de perfume que a un largometraje hecho y derecho, un trabajo de edición al estilo de mal videoclip y, por sobre todas las cosas, un final desesperado por ser considerado innovador y perspicaz, pero que en realidad decepciona por el doble, terrible en su concepción y ejecución. Encima, con este material innecesario, a la producción le sobran alrededor de 20 de sus 131 minutos.
De todas formas, si algo mantiene balanceado al film en esas caídas, es el nivel general de las actuaciones. Aunque Johnson, Kitsch y Lively no son realmente especiales como el trío protagonista, cada uno puede mostrar un buen nivel de intensidad en algunas escenas. De la misma forma, Hayek se planta satisfactoriamente en su rol de jefa con problemas familiares. A pesar de eso, los que sin dudas se roban la película son Benicio del Toro y John Travolta, en sus roles secundarios como el despiadado cómplice de Elena y el corrupto agente de la DEA que juega en varios bandos del conflicto, respectivamente. Ellos le otorgan la mayor cantidad de energía al film, y la única escena en la que comparten pantalla es definitivamente la mejor parte de la historia. Por desgracia, otros actores se quedan sin la suerte de expandir sus roles más allá de breves apariciones, como Demián Bichir (que este año fue nominado al Oscar para el Mejor Actor) y Emile Hirsch.
En fin, Salvajes es una cinta que, durante un tiempo, logra entretener mediante tiroteos, sangre, sexo y una mirada hilarantemente exagerada del conflicto moderno de las drogas; lástima que Stone termine ahogando a su propia obra en insufribles escenas de alarde. Cuando Oliver se pasa, se pasa.