Las producciones de Oliver Stone a lo largo de su década infame llevaron a perder un poco de vista que, también por un rico período de 10 años entre mediados de los '80 y los '90, fue uno de los reyes de la industria. Dedicado a proyectos de temática "controversial" –las Torres Gemelas, Bush, la bisexualidad de Alejandro Magno y la reivindicación de algunos líderes latinoamericanos- optó por polemizar con el público y la crítica, antes que ofrecerles una buena película. En el último tiempo se propuso una vuelta a sus comienzos y, luego de una innecesaria secuela de Wall Street, el guionista de Scarface presenta Savages, una apuesta con una temática nuevamente en boga y un ensamble de figuras importante que no sólo falla en su ejecución sino, sobre todo, en su concepto.
Es en su larga introducción en donde se encuentra un resumen bastante preciso de los problemas que perseguirán al film en su totalidad. La voz en off de Blake Lively presenta, con una breve descripción, a una decena de personajes y narra los pormenores que han llevado a su situación actual al trío protagonista, dando cuenta de que la sobreexplicación será una de las claves de un guión en el que tiene demasiado peso la mano de Don Winslow y el respeto al libro original. Se abre paso al paradisíaco escenario que ofrece Laguna Beach, con una diferencia particular respecto al reality show homónimo: los chicos cultivan la mejor marihuana que pueda encontrarse. Llama notablemente la atención cómo un director que se ha dedicado a explorar con sus documentales otras regiones de América, tenga semejantes prejuicios a la hora de construir a sus personajes.
Los jóvenes bronceados cuya operación tiene base en el sur de California mantienen un negocio sin violencia, ofrecen el mejor producto a sus clientes y se dedican a la filantropía. Por otro lado están los malvados mexicanos, cuyas acciones se ven precedidas por la melodía del Chavo del 8 y sólo faltaría el sombrero para coronar todos los estereotipos posibles. Entre ambos grupos se encuentra el infaltable agente corrupto de la DEA, que juega para los dos bandos con una agenda propia. Que la marihuana sea una droga más liviana que la cocaína o las metanfetaminas no justifica la inocencia de su trillado argumento, cuando hay series de televisión como Breaking Bad o incluso la mencionada Scarface que demuestran que el crecimiento dentro del mercado se hace a base de sangre, y que cultivar y traficar cannabis afgana no es lo mismo que ponerse un kiosco.
Tras disponer torpemente las piezas en su tablero, Stone deja rodar su historia y a los tumbos encuentra su camino, apoyado en un elenco entre los que se destacan Aaron Johnson -quien ha crecido mucho en poco tiempo desde Kick-Ass- y Benicio Del Toro, mientras que a John Travolta le quedan la mayoría de las líneas cómicas. Acompañados de actores de mayor peso, tanto Taylor Kitsch –a quien tres fracasos de taquilla seguidos le van a afectar- como Blake Lively se sienten más cómodos que en otras oportunidades, aunque el uso del primero como protagonista y no de Emile Hirsch (Alpha Dog) -relegado a un esporádico rol secundario- es algo que se lamenta.
El director de Natural Born Killers, quien durante toda la película toma el estilo visual que caracterizaba a Tony Scott, se guarda un cuatro de copas bajo la manga tras haber logrado estabilizar su ligera propuesta: uno de los peores finales que se haya visto en años. La verdadera salvajada en sus extensos 131 minutos.