El ojo del amo
No son pocas las ocasiones en las que el cine nos presenta obras donde es más importante el cómo que el qué. Este es uno de esos casos. La historia transcurre a principios de la década del cincuenta y trata sobre Eddie Mannix, un obsesivo director de un estudio de Hollywood dedicado a cuidar tanto a sus producciones como a sus estrellas, al costo que sea. La propuesta es simpática y ofrece algunos momentos hilarantes; pero lo importante es cómo se nos cuenta esa historia. Y ahí es donde el factor Coen hace la diferencia.
Desde el inicio todo se impregna de policial negro, con un Josh Brolin (Mannix) siempre ideal para el género. Que la trama tenga a un estudio de cine como escenario le permite a los Coen ensayar diversos estilos, y así pasan escenas que homenajean -no sin parodia- a los westerns de Roy Rogers, a las geométricas coreografías acuáticas que servían para el lucimiento a Esther Williams, a los bailes de Gene Kelly y a las fastuosas producciones de Cecil B. DeMille.
El gran problema que se le presenta a Mannix es que la estrella de su filme más ambicioso es secuestrada. Se trata de Baird Whitlock (George Clooney), quien protagoniza una épica historia sobre Jesús que es la gran apuesta del estudio para ese año.
Actores que no saben actuar, estrellas embarazadas que deben ocultar su estado, comunistas infiltrados, disquisiciones sobre el sistema capitalista y un hombre dispuesto a controlarlo todo para evitar el colapso de la "máquina de sueños" conviven en este filme por momentos caótico, pero siempre atractivo y entretenido.
De impecable factura técnica, con actuaciones acordes al tono burlón del relato y una gran producción, los Coen ponen cierta distancia con su obra que la aleja de sus grandes trabajos, pero al mismo tiempo cumple con lo que esperamos de ellos.