“¡Salve, César!” (“¡Ave César!”-“¡Hail,Caesar!”), la nueva producción de los hermanos Ethan y Joel Coen, ambientada en el Hollywood de los ‘50, es sin lugar a dudas un homenaje a las décadas enmarcadas entre preguerra, guerra y postguerra, cuando en el mundo se había implantado el cine de comedias tontas, grandes escaleras y teléfonos blancos.
El instrumento para hacer olvidar el dolor, la muerte y la hambruna que había provocado el enfrentamiento bélico en Europa y América del Norte, fueron las comedias musicales como: “Leven anclas” (“Anchors Aweigh”,1945), en la que Gene Kelly baila junto al ratón de “Tom y Jerry”, o “Escuela de Sirenas” (“Bathing Beauty”, 1944), ambas del director George Sidney. A éste último filme, los Coen, le rinden su homenaje a través de una Scarlett Johansson (magnífica) que rememora a la mítica Esther Willians, quien por primera vez en ese filme era presentada en un rol estelar. Pero en realidad es también un homenaje Howard Hawks, Preston Sturges, Mitchell Leisen, Leo McCarey, Gregory La Cava, Frank Capra o George Cukor, cineastas a los que son afectos los Coen.
“¡Salve, César!” no posee la acidez ni la atmósfera angustiosa de “Barton Fink” (1991), obra un tanto kafkiana de los Coen que les valió la Palma de Oro del Festival de Cannes, en el cual también se habían sumergido en el mundillo de la meca del cine que había sobrevivido pese a la caza de brujas del macartismo, y más tarde a la incipiente la televisión.
“¡Salve, César!” posee una endeble y poco creíble línea argumental, y tal vez sea la más caótica de la serie de personajes tontos creados para George Clooney: “¿Dónde estás hermano?” (“¿O Brother, Where Art Thou?, 2000), “Quémese después de leerse” (“Burn After Reading”, 2008). En ella se entremezclan las historias de Baird Whitlock (George Clooney, parodiando a Robert Taylor), el actor estrella que es secuestrado en medio del rodaje por un grupo comunista de guionistas, y las vicisitudes del productor en jefe de “Capitol Studio”, Mannix (excelente Josh Broslin), al tratar de concretar la gran producción que estaba planeada sobre Jesucristo. En estas inconexas escenas se rescata aquellas cintas sobre el tema: “¿Quo Vadis?” (Mervyn LeRoy,1951), “El manto sagrado” (“The robe”,Henry Koster, 1953), “Ben Hur” (William Wyler,1959).
En medio del secuestro existen otros problemas en los sets del Capitol Studios (recreados en la actual Warner Bros): el de la promesa del mundo acuático DeeAnna Moran (Scarlett Johansson) que no quiere convertirse en madre soltera y debe aparentar una inocencia que no posee, y por la cual el productor en jefe conseguirá un marido a su medida.
Luego en el camino aparece un actor que es el vaquero de moda, (a semejanza de Kirby Grant, actor de cine de acción de clase B), Hobie Doyle (un encantador Alden Ehrenreich). Es una transición difícil, al ser derivado a hacer una comedia musical a la manera de “Footligth Parade” (Lloyd Bacon, 1933), en especial para el director de Hobie, el amanerado Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), que trata de lograr que la voz del vaquero tenga cierta intencionalidad en una lección de la elocución que lo convierte en un dúo muy divertido e ilustra la magia de Hollywood en su disimulo mejor.
También entre los desastres casi se ahoga con su propio pañuelo enrollado en la moviola la montajista (Frances McDormand), y para colmo de males las gemelas (Tilda Swinton clonada) que a la manera de Heda Hopper y Louella Parson se pelean por las primicias, y no dan respiro al pobre productor. En el múltiple y variado casting de los Coen aparecen sorpresas como la de un casi irreconocible Christopher Lambert, Jonah Hill o John Bluthal.
En realidad lo que plantean los Coen es el cine dentro del cine, con la excusa de una epopeya romana torpe al estilo de “La vida de Brian” (“Monty Python's Life of Brian”, Terry Jones, 1979), pero siguiendo la trama del secuestro semejante a la de los nihilistas del “El gran Lebowsky” (“Big Lebowky”, (1998). Su estructura es un gran canavá a modo de la Comedia dell´Arte en la que ellos van rellenando, los pequeños detalles, con secuencias muy divertidas como la de la reunión con las jerarquías de las religiosas: Católica, Protestante, Judía y Ortodoxa, para debatir el tratamiento de Jesucristo y los elementos teológicos del filme que están rodando. Otra de las secuencias disparatadas es el desayuno que se proporciona a los extras, o la reunión y debate de los comunistas con Clooney.
Curiosamente la realización despliega elementos ya contenidos en clave biográfica en “Regreso con gloria” (“Trumbo”, Jay Roach, 2015): política anti roja, columnistas de chismes, psicópatas, productores de películas, filisteístas de ejecutivos que intentaron capturar el mercado. Pero a diferencia de “Trumbo” deja de lado el tono pedagógico y se encarrila hacia una mezcla de absurdo circense con pinceladas naïves, dándole a la película un ligero tono de cuento de hadas.
A los hermanos Coen no les importa el ritmo ni demostrar que su filme es orgánico, están más interesados en lo que se puede lograr en su fábrica de sueños, que por otra parte es un reconocimiento a la brillantez de aquellos estudios que dieron tanta relevancia a Hollywood. Y para ello nadie más competente que su protagonista, Mannix, que a pesar de su religiosidad, su fe está invertida en Capitol Studio.
Los Coen una vez más desmitifican la esencia de Hollywood al mostrar el auto-engaño y auto-mitología de la industria que se mantiene mediante un ejecutivo que sostiene contra viento y marea una visión del mundo según las reglas de la industria. Pero a la vez enfrenta con malicia a otra mirada, la de los guionistas comunistas que son verdaderos creyentes de una cultura diferente y de un dios cuya raíz está en el hombre mismo.
El resultado es que todos tienen algo que decir: los religiosos, un talento, un extra, un dios, Mannix, y en verdad, el modo en que cada uno se expresa, es el concepto de entretenimiento puro en el que creen los Coen.