Los Coen lo hicieron de nuevo. 32 años y 17 películas después de su debut, están en la mejor forma posible y, lo que es mejor, siguen fieles a su estilo irónico y burlón y a su jugueteo con los géneros cinematográficos. Pero el tiempo, como a todos, les ha dado sabiduría y sensibilidad, y aunque están lejos de hacer una película en donde primen los sentimientos, en ¡Salve, César! sus personajes son queribles. El cinismo está desapareciendo.
Eddie Mannix (Josh Brolin) trabaja en Capitol Studios, un estudio cinematográfico que a comienzos de los años ‘50 empieza a atravesar la crisis de todos los grandes estudios de Hollywood ante la llegada de la televisión. Su trabajo es lidiar con las estrellas: sacarlas de problemas, casarlas si se embarazan, ocultar sus adicciones, contener sus caprichos.
Baird Whitlock (George Clooney) es una de esas estrellas. Está protagonizando la película Hail, Caesar! (“A Tale of the Christ” es el subtítulo, en obvia referencia a Ben-Hur), una de esas películas de romanos tan comunes en los '50. Cuando falta rodar la escena final, clave porque es el momento en el que el protagonista se encuentra con Jesucristo, Whitlock desaparece.
Este es, de alguna manera, el puntapié inicial, aunque es apenas una excusa de los Coen-guionistas para poner en marcha a una galería de personajes extraordinarios y para jugar a recrear escenas de distintos géneros de películas de la época: musicales, melodramas, westerns. Si algo se le puede criticar a la película es eso: no hay mucha cohesión, la historia principal está casi en segundo plano y los personajes secundarios aparecen como en episodios.
Pasan así DeeAnna Moran (divertida y desatada Scarlett Johansson), una especie de Esther Williams con su correspondiente escena de baile en el agua; Burt Gurney (Channing Tatum) y su escena musical; Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), director de melodramas; Hobie Doyle (Alden Ehrenreich, la sorpresa de la película), actor de westerns clase B. También tienen su escena Jonah Hill, Frances McDormand y Tilda Swinton.
Como se ve, un verdadero seleccionado que desfila -y el verbo no es casual porque eso ocurre: vienen uno después de otro- por la pantalla para hacer sus gracias. Y la verdad que funciona: pocas escenas son más efectivas que la de Fiennes tratando de enseñarle a Ehrenreich a actuar en un melodrama; pocas tan encantadoras y sutilmente graciosas como el número musical de Tatum.
Y la historia principal, aunque en segundo plano y sin demasiada importancia, también es de una ironía finísima: hace referencia a los Hollywood Ten, el grupo de guionistas simpatizantes con el comunismo que entraron en las listas negras, y se anima a encarar el tema con un tono liviano, disparatado y fresco. Este año se estrenó Regreso con gloria, otra película que transcurre en la misma época y toca el mismo tema. Resulta mortal la comparación: Regreso con gloria es a la vez solemne y apolítica; ¡Salve, César! es delirante pero pone en discusión las condiciones de trabajo de los actores durante la época de los grandes estudios.