Desde lejos no se ve
Si hay una constante en el cine de los Coen, es la distancia. En sus películas los personajes siempre parecen ser observados por los directores desde lejos. Obviamente, no por una mera cuestión física, de posición de la cámara, sino una distancia retórica y emocional, como el que mira desde la vereda por el ventanal, incapaz de involucrarse completamente con los sucesos. Por esta razón sus películas son mejores conforme los hermanos se alejan del humor. En las comedias, este distanciamiento se convierte en cinismo y crueldad. Se ríen de sus personajes y no con ellos. En sus dramas, sin embargo, esta burla hacia sus propias creaciones no está presente.
¡Salve, César! es el regreso de los Coen a la comedia después de varios de sus mejores films. Su última visita al humor, Quémese después de leerse (y acá sospecho que coincidimos defensores y detractores por igual), fue la peor de todas sus películas. Y esta nueva comedia confirma dos cosas: el cariño de los Coen por el cine y la incapacidad de establecer una conexión con sus personajes.
Ambientada en un estudio cinematográfico ficticio durante la década de los cincuenta, ¡Salve, César! les sirve de excusa a los Coen para jugar con el mundo del cine. Los segmentos que disfrutan estas posibilidades son hermosos homenajes a la época dorada de Hollywood, particularmente el que evoca los musicales de Gene Kelly y Vincente Minnelli. Pero el problema es, justamente, que el film sea una excusa. Como si al guión le faltara un golpe de horno, la trama que supuestamente hila estos segmentos a partir de un actor (George Clooney, que nunca actúa tan mal como cuando lo dirigen estos muchachos) secuestrado por comunistas, jamás logra tomar las riendas del film. Desde el habitual desapego de los Coen, los personajes de ¡Salve, César! carecen de vida propia, son apenas un desfile de caricaturas de personajes de la época, sin tiempo para desarrollarlos (la mayoría aparecen en una o dos escenas cada uno) y con caracterizaciones y diálogos muy poco inspirados. Eventualmente, lo único que queda es un aburrido ejercicio que consiste en ver cual es el próximo famoso en aparecer.
Como si tuviesen miedo de perder el carnet de cancheros certificados, no se comprometen con el film y prefieren mirarlo desde arriba. El amor de los Coen por el cine que les precede es evidente en ¡Salve, César! Una lástima que no logren demostrar estos mismos sentimientos por sus propias películas.