Una mirada metacinematográfica.
Aunque no se puede contar a ¡Salve, César! entre los grandes films de los hermanos Coen (Miller’s Crossing, 1990; Fargo, 1996), la película se destaca por la utilización de un lenguaje vedado hasta hace algunos años al cine norteamericano, por homenajear a la denominada “época de oro” de Hollywood en un tono socarrón y satírico, y principalmente por lograr un gran manejo de un estilo narrativo metadiscursivo, creando una historia con muchos guiños para el público cinéfilo.
La historia de centra en el personaje de Eddie Mannix (Josh Brolin), un experimentado ejecutivo de los estudios cinematográficos Capitol Pictures que dirige el negocio empresarial de forma obsesiva, controlando las vidas privadas de los actores, manteniendo ocultas sus excentricidades y desviando la atención de los escándalos.
La figura de Mannix, que fue un importante ejecutivo y productor de los estudios Metro Goldwyn Mayer por casi cuarenta años, entre las décadas del veinte y el sesenta, funciona como un catalizador que une todas las historias de un Hollywood en pleno éxito de su sistema de estrellas. Mientras que el protagonista se ve en la disyuntiva de continuar con su agotador trabajo de director del estudio o aceptar la tentadora oferta de Lockheed, una compañía norteamericana fabricante de aviones de guerra y armamento, el protagonista principal de un film sobre Cristo, Baird Whitlock (George Clooney), es secuestrado por una banda de guionistas comunistas dirigidos por un actor de musicales -al estilo de Fred Astaire- y un tal Profesor Marcuse.
Las lecciones de materialismo dialéctico se mezclan con historias de actores con cierto talento para géneros específicos promovidos a proyectos para los que no son aptos, directores enervados por las decisiones de los estudios, discusiones extraordinarias entre representantes de todas las religiones que hacen recordar a escenas de La Vida de Brian (Life of Brian, 1979), del grupo cómico inglés Monty Python, o absurdos legales para esconder el embarazo de una estrella de cine.
Entre escenas que homenajean a algunos géneros desaparecidos del cine de oro con una pizca de añoranza sarcástica, Joel y Ethan Coen regresan a la construcción de personajes entrañables y de carácter enérgico como Mannix para comparar el cínico presente del cine -que expone pornográficamente los escándalos de las estrellas como santo y seña de su estilo- con la inocencia de la protección de los actores ante sus pequeños deslices producto de la fama y el dinero.
Las hermosas y divertidas apariciones de Frances McDormand y Tilda Swinton, y las extraordinarias actuaciones del resto del elenco de actores consagrados, apuntalan esta entretenida parodia de un Hollywood tan ficcional y a la vez tan cercano a la realidad.
Las distintas historias que conforman este aleph cinematográfico funcionan como una serie de cuentos que se interrelacionan en tanto proyecciones ilusorias y utópicas de una realidad deformada por la sonrisa y la sátira consciente de su carácter de entretenimiento. El cine de los Coen así mantiene en ¡Salve, César! su búsqueda estética y una frescura ajena a la mayoría de las insulsas producciones actuales.