No hay cosa más bella en el mundo del séptimo arte como cuando el cine decide hablar sobre sí mismo. Lo que podría llegar a ser considerado como un acto egocentrista sirve para entender más a fondo el funcionamiento de la industria y el entorno que lo rodea. Casos como Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) o Singin’ in the Rain (Stanley Donen, 1952) podían dar un vistazo (idílico o no) del mundo entre sets. Centrándose en la época que dio vida a esos films, y a una vasta cantidad de tantos otros, los hermanos Coen sitúan su nueva obra en un día cualquiera dentro de la vorágine productiva de los grandes estudios de los cincuenta. Así como Wilder sacaba a la luz maravillosamente la maldición de la industria sobre las estrellas, los Coen toman la edad dorada del cine Hollywoodense para demostrar que todo lo que reluce no es oro, ni antes, ni ahora.
Hail, Caesar! deposita su atención en un extenso día en esa maquinaria insaciable de hacer películas que es Capitol Studios (que bien podría llamarse Warner o Paramount). Si bien ese es el eje central del film, el mismo no posee una historia en particular como impulso de los hechos. Claramente destaca la figura de Eddie Mannix (Josh Brolin), la cabeza a cargo de todo lo relacionado a las producciones cinematográficas y el secuestro de la gran estrella Baird Whitlock (George Clooney) por parte de un grupo comunista que ataca a la industria desde adentro. Si el star system y los grandes estudios se vieran envueltos en un policial negro, Mannix sería el detectivesco antihéroes que nunca duerme y los villanos secuestradores los extras que no se diferencian del decorado (“Entre caras conocidas, los extras nunca se sabe quiénes son, van y vienen”).
Es en la mezcla donde el film acierta y sale perdiendo un poco a la vez. Por momentos es un western, por otros un musical o un melodrama. Cada secuencia presenta breves apariciones como las del director Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), la hermosa pero nada agradable actriz DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), las hermanas periodistas Thacker (ambas interpretadas por Tilda Swinton) o la la experta editora relegada a trabajar en tinieblas C.C. Calhoun (Frances McDormand). Todas sus escenas en conjunto no llegan a cumplir ni la mitad de duración del film. Entre tanto gag suelto e intercambio de géneros, los Coen no tienen un único film como resultado sino el pequeño vistazo a muchos de ellos y por cada uno de ellos una gran serie de ideas satíricas que evitan salir insatisfecho al finalizar. El desarrollo narrativo ante esta mecánica del relato por momentos puede resultar algo disparejo, como si los hermanos cineastas no supieran cómo acomodar sus geniales ideas. Pero eso afortunadamente es lo que prevalece, la genialidad inventiva, la sátira, el absurdo y la artificialidad como puntos de unión entre cada una de las pequeñas historias dentro de la historia sin fin que es la vida de Eddie Mannix.