El cine dentro del cine. Todos los años los grandes estudios revisitan su historia, y si hace algunos años “The Artist” reveía la etapa del cine de Hollywood mudo, con su actor que luchaba por permanecer en la industria a pesar de todo, en esta oportunidad los hermanos Coen buscan justificar algunas decisiones políticas y temáticas de una época en la que el cine dominaba todo.
“¡Salve César!” (Estados Unidos, 2016) de Joel y Ethan Coen reposa la mirada en un gran estudio llamado Capitol, y la lucha diaria de uno de sus más eficientes directivos , Eddie Mannix (Josh Briolin), quien debe lidiar con cada uno de los talentos, directores, músicos, periodista, que golpean a su puerta.
Claro que cada uno que lo convoque tendrá sus razones para creerse el centro del mundo, y pese a esto, Mannix los aconseja y acompaña hasta donde sus habilidades de negociador le permiten llegar.
Siguiéndolo desde una madrugada en la Iglesia (Mannix es ultracatólico y va a confesarse cada vez que hace algo que linda con el pecado o la mentira), con una descriptiva escena que celebra al filme noir y al policial, luego la acción se trasladará a los estudios, aquel lugar en donde los sueños y las ideas explotaban llenas de colores y potencia.
Mientras por un lado debe asumir el padrinzago de un actor de Western devenido ahora en estrella de musicales (Alden Ehrenreich, quien debutó en el cine con Tetro de Copolla), pelearse con el director del filme (Ralph Fiennes) para convencerlo que debe apoyar al joven, ayudar a una actriz un tanto libertina (Scarlett Johansson) con una situación “embarazosa” que debe resolver, y, principalmente, encontrar a Baird Whitlock (George Clooney), quien, aparentemente fue secuestrado.
Repartiendo, como puede, su tiempo entre todas estas tareas, además Mannix lidiará con unas crueles y déspotas hermanas periodistas llamadas Thora y Thessaly Tacker (Tilda Swinton), quienes lo extorsionarán para sacar su rédito sobre historias del pasado de los actores representados por los estudios.
Y en el medio de todo esto, los Coen reflexionan con su humor y sagacidad sobre la religión y el comunismo, conectando, de manera caprichosa, pero única y precisa, todo con la impronta que las películas de esa época, y hasta en los musicales, se legaba al espectador subliminalmente mensajes.
Mención aparte para Channing Tatum, una de las verdaderas estrellas del filme, quien desde la aparente ingenuidad de su personaje, un mastodonte devenido en Gene Kelly, hábil bailarín, protagoniza un número musical único, en donde la homosexualidad contenida de ese entonces explota en bajada de información sobre la negación de la verdadera cara de los actores de Hollywood.
“¡Salve César!” es un filme abrumador, bello, filmado con una maestría y solvencia única, que impregna un clima festivo a todo el largometraje y que, además, se permite reflexionar y cuestionar sobre mitos fundantes de la industria del cine para reflejar alguna luz en aquellos tópicos sobre los que siempre uno se cuestionó.
En el fondo la moraleja reposará en que las apariencias engañan, y que el entretenimiento, aún el más banal, siempre, en el fondo, esconde otra información, una mucho más interesante y que es negada para los espectadores menos avezados.