Salve Cesar, la nueva película de los hermanos Coen llega hoy a los cines.
La nueva película de los hermanos Coen hace foco en 27 vertiginosas horas en la vida de Eddie Mannix, un ejecutivo del estudio Capitol, que debe lidiar con los problemas acaecidos en varias de las producciones que se están filmando. Por un lado Baird Whitlock (George Clooney) la estrella más grande de un gran espectáculo bíblico al estilo de Ben Hur o Los diez mandamientos, ha sido secuestrado al momento que quedan por filmar escenas cruciales de ¡Salve, Cesar!. Por otro lado, Dee Anna Moran (Scarlet Johansson) la blonda estrella de películas acuáticas, al estilo Esther Williams, está embarazada, con el agravante que es soltera, y el público ama su inocencia (en realidad es bastante mal hablada y dista mucho de ser lo que da en cámara), hay que buscarle una coartada o marido, urgente. Además un cowboy cantante, con un fuerte acento sureño, Hobby Doy le (Alden Ehrenreich) es llamado para que abandone las monturas y los lazos para cubrir un papel de neoyorquino de alcurnia en una película que está filmando Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), un director europeo con pretensiones de hacer films de calidad. El muchacho de a caballo tiene serios problemas de dicción que sacan de las casillas a todo el set. En el medio de todo eso se entrometen dos hermanas periodistas y rivales, Thora y Thessaly Thacker (interpretadas ambas por Tilda Swinton) que ponen sus narices en los problemas de las filmaciones de Capitol y sus estrellas. En un momento en que los conflictos abundan.
La idea de mostrar al cine como una fábrica, de ilusiones al fin, pero una industria como cualquier otra, sirve de marco a ¡Salve, César! para crear una galería de entrañables personajes y la vez recrear escenas de los géneros más populares en los ’50. Coreografías a lo Busby Berkeley en brillantes colores, en tomas cenitales que parecen imposibles. Un número de baile con reminiscencias a Gene Kelly en Levando anclas, llevado a cabo por Channing Tatum, con impecable destreza y un final homoerótico que se resignificará cuando se resuelvan los conflictos. El cowboy cantante tendrá su turno de lucimiento, cantando con la luna llena reflejada en un bebedero de ganado y haciendo gala de sus dotes con el lazo, hasta con un plato de espaguetis.
Pero además de todo lo anterior que parece vertiginoso, aunque en rigor a la verdad, hay que decir que el ritmo de la película no lo es, los Cohen frenan ese derroche visual con reflexiones religiosas, Mannix es un católico que frecuenta el confesionario por pavadas e intenta quedar bien con todos (¿los públicos?) al organizar una reunión para evaluar el guión de la película bíblica con autoridades de cuatro religiones y la escena sirve de excusa para un paródico y cómico debate sobre los puntos de vista de la religión y la corporización de Dios. Así como también lo es la reunión de The future (la organización que secuestró al actor estrella), formada por guionistas comunistas, que debaten sobre el materialismo histórico, con una estrella hollywoodense, instalados comodamente en una casa a la orilla del mar, que tiene cierto parecido con la casa Vandamm, que aparece en Intriga internacional, de Alfred Hitchcock. Hay todo un cúmulo de referencias deliciosas al Hollywood clásico: el affaire a revelar sobre la estrella de la película On wings as eagles, del que hacen mención las periodistas basadas en Hedda Hopper y Louella Parsons, dos arpías de la prensa de esos años, remite a un rumor sobre la supuesta bisexualidad de Clark Gable en sus primeros pasos como actor; la actriz latina llamada Carlotta Valdez (como la protagonista de Vértigo) es una suerte de Carmen Miranda; el personaje de Ralph Fiennes podría ser tomado como una referencia a Laurence Olivier y así, el cinéfilo más avezado podrá descubrir otros paralelismos.
Situada en un contexto histórico en el que la televisión amenazaba con quitarle su reinado al cine y la guerra fría comenzaba a insinuarse, los Coen enlazan las conflictos de las filmaciones a través de un personaje, el del fixer, ese tipo que lo arregla todo en la vida escandalosa de los demás (que tanto podría trabajar en cine como en cualquier otra empresa, no en vano, su propio conflicto es aceptar el ofrecimiento de otra “fabrica”, una de aviones). Y ese hombre es mostrado como un buen tipo, diseña estrategias para que todo sea plácido y disfrutable en el mercado en el que está involucrado. Y las cosas funcionan. Y así los realizadores de Fargo, presentan su visión de la vida, porque ellos mismos están muy alejados de las campañas de marketing o de ser divos que realizan declaraciones polémicas. Se dedican a los que disfrutan hacer: guiones con humor ácido y planeamiento de escenas. En un tiempo fueron célebres por sus movimientos de cámara y ácidos personajes. Ahora, con otra madurez, pero mimados por los premios más importantes y celebrados en los más prestigiosos festivales del mundo, les llegó el momento de homenajear, de agradecer.
Cuando Hollywood satura con blockbusters de superhéroes, los ganadores del Oscar por Sin lugar para los débiles, quizás los más independientes de los realizadores hollywoodenses, entregan con ¡Salve, César! una carta de amor a los géneros que forjaron la industria del entretenimiento. Y el resultado, aunque desparejo, es altamente disfrutable.