“Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha estacionado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces el cine ha conseguido su objetivo.” Billy Wilder.
La cuarta película de los hermanos Coen, Barton Fink (1991), planteaba un Hollywood asfixiante e infernal que oprimía a su protagonista, un escritor de la costa este norteamericana que llegaba a la meca de los sueños en los 40 y sufría un bloqueo creativo, el mismo que los Coen habían padecido en la escritura del intricado guión de su maravillosa De Paseo a la Muerte (Miller’s Crossing, 1990). ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016), su film número 17, funciona como su contratara, un trabajo más amable y cariñoso con el Hollywood de antaño, que sin dejar de lado la parodia, recrea momentos que todo cinéfilo guarda en su cabeza. Así, en lugar de extrañamiento y rechazo se genera complicidad con el espectador. Milímetro a milímetro y con una impecable dirección de arte y sobre todo de fotografía (obra del gran Roger Deakins, habitual colaborador del dúo) reaparecen en la pantalla las coreografías acuáticas de Esther Williams, los deliciosos pasos de baile de los films de Gene Kelly y Fred Astaire, las acrobacias de un vaquero del oeste o la fábula bíblica de gran producción. Podríamos decir que este armado del film contradice en parte declaraciones hechas por ellos mismos en el pasado respecto a su cine: “Planteamos cierta subversión de los géneros. No hacemos pastiches, pero tampoco aceptamos etiquetas.”
Eddie Mannix (Josh Brolin) es como un Super Mario Bros., un arreglador dispuesto a maquillar, ocultar, develar o fabricar la vida de las estrellas de Capitol Pictures, el estudio que alberga a grandes figuras como Baird Whitlock (George Clooney), quien sufre una situación de secuestro por parte de un grupo de guionistas adoradores de Karl Marx y dispuestos a enfrentar la explotación a la que son sometidos por el sistema. Mannix será el encargado de devolverlo a la realidad luego del pago del rescate y su vuelta al trabajo mediante unos cuantos sopapos que romperán con el encantamiento, ese Síndrome de Estocolmo de una de las estrellas más populares del Estudio. Mannix es un héroe “limpio”, casi inmaculado, que va al confesionario para declarar que su pecado máximo es no poder abandonar el cigarrillo, cuando le prometió a su mujer que dejaría el hábito.
La película discurre con gracia entre una serie de cuadros donde campea la ironía, sí, pero no el cinismo. ¡Salve, César! demuestra una vez más el buen pulso de dos hermanos que continúan con su mirada de cineastas independientes. Las actuaciones, brillantes, revelan los típicos personajes de los Coen, más cercanos en este caso a los de la fallida El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994) o El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998). “Cada una de nuestras películas supone un esfuerzo por conseguir algo diferente por completo a la película precedente”, dirán en una ocasión, agregando que “no sabemos si podríamos hacer una película del espacio. ¡O una de perros!”
¿Film “menor”? ¡Para nada! La cinta discurre entre risas y homenajes, pero como siempre en el cine de los hermanos, hay más para escarbar debajo de la superficie y reflexionar sobre lo visto. ¡Un placer!