La guerra que nadie muestra
Como se podía intuir a principios de año, la llegada de Obama al poder no cambió el posicionamiento estratégico del imperio del norte en el mundo, que en consecuencia sigue en estado de guerra. Más curioso aún puede resultar que el séptimo arte continúe ignorando olímpicamente los costados más oscuros de la intervención norteamericana en Medio Oriente, con Hollywood despachando como hamburguesas películas de propaganda y reclutamiento, que ya ni siquiera llegan a las carteleras de los cines del mundo (los últimos estrenos del género, algunos casi de clase B, pasaron directamente a DVD). Pero hace unas semanas se estrenó tardíamente en nuestra ciudad la mejor película hasta el momento del tema: Redacted (traducida aquí como Samarra), del gran Brian de Palma, que se presentó en el Cine Teatro Córdoba con más de dos años de retraso, y que próximamente se encontrará en las bateas de los videoclubes.
Filmada en video digital y concebida como un documento de denuncia, casi en respuesta a las producciones de sus contemporáneos, Redacted es una película sin concesiones de ningún tipo, que se hunde de lleno en uno de los episodios más horrorosos de los abusos norteamericanos en Irak, un conocido caso de violación de una niña iraquí de 14 años y su posterior asesinato y el de toda su familia por parte de un grupo de soldados. Se diría empero que lo más subversivo de la película es la forma elegida por De Palma para dar su testimonio: la apropiación de un conjunto diverso de formatos audiovisuales más propios de la modernidad y la forma televisiva (filmaciones caseras, noticieros, cámaras de seguridad, videos subidos a Internet), aunque integrados a una narrativa clásica y una lógica cinematográfica. El resultado es una lúcida reflexión sobre las formas de comunicación en los tiempos que vivimos, sobre los cambios que trae aparejados en la dinámica política de las sociedades la masificación de la tecnología y el acceso a Internet, sobre los nuevos paradigmas, en fin, que dominan la lucha cotidiana por la construcción de la verdad y la apropiación de la realidad.
Así las cosas, la forma del filme asemeja al documental, aunque todo lo que muestra es ficticio (y por supuesto también verídico): el eje es la cámara de un soldado miembro de un pelotón encargado de un puesto de vigilancia en Samarra, a unos kilómetros de Bagdad, quien sueña con ser cineasta y ha decidido registrar todo lo que acontezca para utilizar éste trabajo como puerta de entrada a la universidad. El relato es encuadrado a su vez por un documental (también ficticio) de una cadena de televisión francesa, que narra la actuación de este pelotón norteamericano, y luego se insertarán filmaciones caseras subidas a Internet (tanto de la insurgencia iraquí como de denuncias de soldados norteamericanos), noticieros ficcionalizados y registros de cámaras de seguridad. El objetivo es conseguir la mayor verosimilitud posible (razón que explica la utilización de actores prácticamente desconocidos), acaso para constituirse en una suerte de respuesta a la misma construcción que, en reverso, realiza la prensa y el cine de su país. Lo cierto es que con todas estas herramientas De Palma irá reflejando la cotidianeidad de estos soldados en Samarra, una rutina que se vuelve asfixiante y aburrida, diametralmente opuesta a la difundida por los filmes de aventura (en este punto es interesante compararlo también con Vivir al límite, última ganadora del Oscar). Nada es cool en Samarra, y por supuesto nadie entiende muy bien por qué está allí, ni mucho menos cuáles son los objetivos de la invasión. Pronto, el asesinato de una mujer embarazada modificará la falsa tranquilidad que se respira en el ambiente, y la tensión irá en aumento cuando llegue la réplica iraquí, en un pequeño atentado, que rápidamente desatará una espiral de violencia que culminará con el episodio descrito.
Si bien Redacted (cuya traducción literal sería re-editado, es decir censurado, algo que el filme sufriría en carne propia) no es un documental, De Palma sí pretende explorar la condiciones de la ocupación en Irak, la visión despreciativa, colonial y racista, que esconde semejante empresa, y por supuesto las consecuencias que conlleva. Por eso, cuando surge, la violencia irrumpe con toda crudeza, de manera absolutamente explícita, aunque no hay ninguna forma de estetización vacua, y la caracterización de los victimarios recrea un prototipo de la psicología fascista, profundamente ignorante y resentida. El notable montaje final con fotografías de víctimas reales de los “daños colaterales” de la actuación norteamericana termina de dar verdadera dimensión a lo ocurrido, a pesar de la censura que obligó al director a tapar los rostros de las víctimas.
Por Martín Iparraguirre