Una guerra, varias miradas
Brian De Palma se centra en los actos de un grupo de soldados en Irak, desde diversos puntos de vista.
Uno puede admirar o detestar el cine de Brian De Palma: difícil mantenerse indiferente. Samarra, que llega a la Argentina con algunos años de retraso, y que le hizo ganar a De Palma en Venecia un León de Plata a la dirección en 2007, lleva también a sensaciones extremas. La película, revulsiva, como le cuadra al realizador de Carrie, Doble de cuerpo y Scarface, se centra en un grupo de soldados norteamericanos durante la ocupación de Irak. Pero la singularidad no la marca su violento antibelicismo, matizado por el humor negro, sino sus múltiples puntos de vista, confluyentes siempre en la barbarie, en especial de las tropas invasoras.
Aunque se centra en este grupo de soldados, y mantiene la solidez narrativa y la tensión hasta el fin, el filme está estructurado de un modo fragmentario, como un verdadero collage, conformado por viñetas que brindan distintas miradas, visualmente impactantes. Una experimentación de De Palma con el lenguaje cinematográfico. Veamos (a través de muchas lentes): a la cámara del realizador se le suman la de un soldado que filma el día a día de la guerra, la de un (falso) documental francés, las de seguridad, las de un canal de noticias islámico... y las imágenes de YouTube y de videoconferencias entre los militares en Irak y sus familiares en los Estados Unidos.
En la primera parte, Samarra le da prioridad a las imágenes que toma el soldado norteamericano: lo que nos transmite el hiperrealismo brutal del campo de batalla, pero, también, la intimidad de los combatientes: en especial sus prejuicios y su racismo, exacerbados por el miedo y el deseo de venganza. Las interpretaciones, la dirección de actores y las puestas son muy logradas. Samarra, al igual que Vivir al límite, ganadora del último Oscar, se vale del efecto documental (la cámara en mano, el desenfoque, el fuera de campo) para hacernos sentir mayor empatía con lo que vemos.
Es cierto que De Palma no elude las imágenes ni las situaciones repulsivas -no faltan embarazadas ni niños destrozados- para conmover e involucrar al espectador. También que, en algunos pasajes, remarca demasiado su línea política, cuestionadora de la xenofobia norteamericana, sobre todo sureña, y que rompe el verosímil. Pero hay que remarcar, ante todo, su enorme vitalidad cinematográfica y su capacidad para ensayar (y llevar a buen puerto) una diversidad de recursos estéticos, dramáticos y narrativos, muchos de ellos sofisticados y hasta vanguardistas.
Samarra fue realizada, además, al calor de los acontecimientos bélicos, en medio de una sociedad que no siempre acepta la autocrítica. Su cuestionamiento a un único punto de vista de narrativo es otro de los aciertos de una película que jamás permite relajarse.